Infancia y pandemia

Nadie puede negar que la actual pandemia del Covid es muy grave, ha generado millares de muertes en casi todos los países del mundo, y nadie puede negar la urgencia de medidas anti-pandemia. Pero al mismo tiempo tampoco se puede negar la importancia del desarrollo personal y social de nuestros niños y niñas, y por tanto la importancia de las circunstancias concretas en que conviene que se desarrollen.

Forzar a nuestros niños y niñas a que aprendan desde su casa, sin más interlocutor que algún tipo de computadora, presenta graves inconvenientes. El primero que salta a la vista es la ausencia de computadoras en la mayor parte del territorio nacional (son muchos los lugares donde no llega la más mínima señal). Y gran parte de los maestros y maestras carecen de los elementos técnicos para manejar computadoras en caso de que las hubiera.

No se trata de acusar a nadie, ni de hacer que nadie se sienta mal. Lo que nos tiene que preocupar son nuestros niños y niñas, que por una parte necesitan aprender muchas cosas, pero por otra parte necesitan relacionarse con otros niños y niñas de su edad. Atiborrar de formación teórica a un niño o niña que no tiene relaciones con otros es claramente insuficiente, es incluso negativo.

En el plano del aprendizaje la pandemia ha sido fatal (el curso escolar 2020 quedó reducido a nada, salvo al llenado inútil de libretas escolares), y este año 2021 siguen siendo muchas las escuelas que no funcionan y los niños y niñas que aprenden lo que pueden desde su casa; pero la mayoría no disponen de computadora (ni de ), y son mayoría los maestros y maestras que se sienten impotentes para apoyar el aprendizaje a distancia, y peor todavía si los propios niños y niñas se aburren de tener que estudiar solos y con ese apoyo lejano y meramente digital…

Sin embargo a estas alturas está comprobado que es posible el aprendizaje presencial, y por tanto con componentes comunitarios (entre ellos el juego, que normalmente resulta también un factor educativo muy importante). Por tanto nuestra preocupación fundamental tendría que ser la de poder combinar el aprendizaje escolar, sin duda necesario, con el aprendizaje activo y compartido, con la vivencia comunitaria, y por supuesto con la práctica comunitaria (el intercambio de saberes y la gratificante experiencia del juego). ¿De qué nos serviría que nuestros hijos e hijas aprendan un montón de cosas, si pierden su infancia?

Entonces ¿qué? ¿nos olvidamos de la pandemia y sus posibles consecuencias? Por supuesto que no. Pero quienes de alguna manera nos movemos en el ámbito educativo tenemos la obligación de buscar formas seguras y salubres de convivencia y de aprendizaje para nuestros niños y niñas. Por supuesto eso requiere un gasto mayor de tiempo y de energías, pero vale la pena. De hecho hay escuelas que están funcionando a tiempo completo y que hasta ahora no han tenido ningún problema. Lo que pasa es que hay que preocuparse de la alimentación de nuestros niños y niñas, de la detección oportuna de síntomas preocupantes, del uso de barbijos y otras medidas de auto-defensa, del mayor contacto posible con la naturaleza y de la respiración de aire limpio…

Además está claro que son muy pocos los niños y niñas que se contagian, lo que no quita que se deba proceder con la misma prudencia que si fueran adultos. La solución que no vale es la del aislamiento total, porque el aislamiento puede soportarse si es de corta duración, pero si tiene que durar lo que dura la pandemia resulta totalmente deshumanizante, dado que la pandemia, con sus renovadas y diferentes cepas, es de imprevisible duración.

Tomemos pues todas las precauciones posibles, pero no privemos a nuestros niños y niñas de vivir su infancia, no los aislemos de sus semejantes. Averigüemos si es cierto que el hipoclorito de sodio es más eficaz que una vacuna, averigüemos sobre las consecuencias de esa vacuna (que como todas tiene tiene elementos desaconsejables). ¡Pero en ningún caso nos limitemos a lo más fácil y barato que es el aislamiento de nuestros niños y niñas…!


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