Un chapaco de oro

“Al maestro con cariño”, esa es la frase clásica que se utiliza en las escuelas o en los colegios cuando se quiere agasajar al maestro o a la maestra, pero en realidad queda muy corta cuando uno, desde el profundo sentimiento, desea ponderar a un maestro fuera de serie como fue el talentoso tarijeño Abdul Aramayo.

 

Se hizo de fama, de cariño y respeto dando cumplimiento a la típica frase “nadie es profeta en su tierra”; y es que así fue ya que sus triunfos futboleros los conquistó en clubes de La Paz y naturalmente en nuestra querida selección.

Cuando lo conocí yo era un niño de piernas flacas con apenas 12 años, él estaba allí al lado de Djalma Santos (otro crack mundialista), eligiendo a los niños para las divisiones inferiores del Bolívar, y recuerdo que éramos casi una centena con sueños futboleros. Abdul, con la calidad humana que le caracterizaba, se acercaba para decirte que te quedabas o que volvieras al año; a mí me tocó quedarme y desde ese momento vivir casi 10 años de experiencias y de enseñanzas que hoy sirvieron en mi vida no sólo deportiva sino humana.

Abdul te enseñaba a ganar, pero en buena ley, jugando con calidad, con espectáculo, pero también con orden y disciplina; te corregía los errores e impulsaba las virtudes, siempre dejaba que la inspiración ayude al proceso táctico y estratégico, no te encasillaba. Su sonrisa de chapaco franco se veía cuando uno de sus pupilos había hecho una jugada que la habíamos practicado con él, pero también su especial enojo se ponía en evidencia cuando las cosas no salían, pero nunca contra uno sino con él mismo por no haber sido comprendido. Qué manera tan elegante de reaccionar y de nunca haberlo visto proferir un insulto o un disparate.

Su estilo de juego o el estilo de juego que imponía hace 40 años atrás, aunque alguien lo asuma como pretencioso, era similar al que vemos ahora en la escuela de los Guardiola o de los Bielsa; era así vistoso, sencillo, de toque corto y largo, de “paredes que rompen defensas” muy fácilmente. Claro aquellas veces no se entendía esa forma de jugar porque se asociaba el futbol exclusivamente a los pases largos y a la velocidad. Pese a ello Abdul hacia que sus chicos, porque así nos llamaba “mis chicos”, seguíamos su guión y nos imponíamos.

Cómo olvidar esas tardes que cuando terminábamos de entrenar, elegía a unos cuantos, para perfeccionar formas de pegarle a la redonda, y de fortalecer nuestro crecimiento deportivo. Quién no quería ser de los elegidos en quedarse esa media hora adicional con el profe y aprender de sus experiencias.

Su profesorado era integral, recuerdo que a sus jugadores nos exigía que llevemos la libreta de colegio para saber que no estábamos descuidando la formación, incluso los que no cumplían tenían que sacrificar no entrenar y quedarse en casa, lo que seguro era un castigo fatal.

Cómo no recordar cuando, en su afán de que los jugadores nacionales se impongan sobre la cantidad de extranjeros que había en el Bolívar (y había de los buenos, pero también de los mediocres), nos sintamos con la personalidad suficiente para dar el salto al primer equipo. Muchos llegaron y otros no, pero los que lo hicimos sentíamos que teníamos detrás ese impulso y esa fuerza de carácter que Abdul nos enseñó.

Cómo no olvidar el día que recibí mi primer sueldo (de otro dirigente que apoyaba a los jóvenes, Lothar Kercher – ambos gozaban de la confianza de ese gran dirigente que fue Mario Mercado y que escuchaba las recomendaciones de Abdul al momento de traer jugadores nacionales del interior--). Le pedí, junto a otro compañero, ir a comer algo con él como agradecimiento y fue allí donde su charla sobre la humildad y saber usar el dinero para bien y para ayudar a la familia fue cautivamente.

Así era Abdul, un formador de personas integras que a mí, como a otros compañeros de aventura, estoy seguro que nos sirvió para llegar donde llegamos. Tuve la oportunidad, luego de esos años de formación deportiva y cuando mi vida profesional estaba en otro ámbito, de pasar horas en un gimnasio, viéndolo entrenar para seguir jugando su otra pasión: la paleta. Cada sesión de gimnasio continuaba siendo de aprendizaje y de ocurrencias que él las contaba alegremente.

La última vez que lo vi sirvió para que almorzáramos juntos en Copacabana y, pese a sus años y a su salud, conservaba una mente clara y brillante analizando el futbol, con nombres y apellidos exactos y siempre recordándome virtudes y defectos futbolísticos como si el tiempo no hubiera pasado.

Gracias maestro Abdul por todo lo que nos enseñaste, porque soy como soy en parte por tu dedicación, por tu paciencia y tus consejos sabios de futbol y de vida. Sé que muchos, al igual que yo, sentirán que estas palabras también los representa.

Adiós maestro.

*Docente Universitario UMSA.


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