Ellas cumplen, el Estado no

Basta con mirar con un poco de atención, en un día cualquiera, para darnos cuenta de quiénes hacen que buena parte de nuestra vida diaria sea simplemente posible y más aún en estos tiempos del Covid-19. Esta observación también sirve para cuestionarnos respecto de las políticas públicas que se aplican y reclamar por las que no.

Esta terrible enfermedad, además de cambiar nuestra perspectiva hacia el futuro, ha cambiado muchos hábitos y necesidades cotidianos y, en ello, hay quienes han visto aumentada considerablemente su carga de responsabilidad para con la familia y la sociedad: las mujeres.

De hecho, ya se han hecho varios estudios al respecto, como el realizado hace poco por el gobierno de España, que señalan que debido al Covid-19 para las mujeres hay una “sobrecarga del trabajo sanitario y de servicios esenciales”. Hay coincidencias con Bolivia, ya que en el planeta ellas son el 70% del personal sanitario (entre enfermeras, doctoras y farmacéuticas) y es abrumadoramente feminizado el servicio de limpieza hospitalaria y también en calles, oficinas y domicilios.

También las mujeres son mayoría en sectores del comercio de alimentación. Nuestras “caseritas” allí están en su puesto de venta desde bien temprano exponiéndose al contagio.

Además, se trata de un trabajo informal y prácticamente único al que muchas mujeres pueden acceder para ganarse el pan y el de sus familias. Varios estudios señalan que en Bolivia el trabajo informal representa entre el 60% y el 70%, mientras que el de las mujeres puede llegar al 80% en ciudades como El Alto (estudio Alianza por la Solidaridad).

Cualquier actividad económica que tengan, no quita a las mujeres la carga de las labores de cuidados debido al rol social patriarcal y desigual. El cuidado de la casa y de las personas dependientes ha aumentado, con un constante deber de desinfección de toda superficie comestible o no que pueda contener el virus y más aún si hay familiares con la enfermedad.

Los hijos que hoy no van a la escuela representan un añadido importante de trabajo, ellas hacen de maestras. En Bolivia, en el 45% de los hogares hay padre y madre, en otro 14% además está además el abuelo o la abuela. En el 70% de los hogares con solo un progenitor/a, una mujer es la cabeza. En todos estos casos, en una gran mayoría (80% en América Latina), quien se hace cargo de los cuidados es fundamentalmente la mujer.

No sólo que una mujer que vive con un hombre no encuentra un respaldo en las labores domésticas, sino que en muchos casos esa convivencia es un riesgo debido a la violencia machista. En lo que va del año se han registrado cerca de 60 feminicidios y cerca de 400 violaciones en Bolivia.

Garantizar los cuidados para las personas que enferman, y para evitar contagios, y buscar la forma de alimentar a su gente son dos objetivos concretos y básicos en los que hoy la población está centrada en su día a día, en los que las mujeres tienen un rol protagónico real pero poco visible. El protagonismo visible es masculino.

No se trata de recibir reconocimiento, que también, se trata de que al ser invisible no se asumen políticas públicas que vayan acordes con valorar esa realidad. Pero en Bolivia hoy no hay siquiera una política pública, sólo se viven meses de caos y tragedia como resultado de una crisis política e institucional en medio de la pandemia.

De hecho, desde su pequeño lugar y cada una, las mujeres bolivianas hacen políticas de Estado que debiera llevar a cabo el gobierno en su día a día: la responsabilidad de alimentar, de cuidar, de limpiar constantemente en lugar de ensuciar, de curar a la gente enferma en lugar de abandonarla, de estirar el dinero todo lo posible sin robar, de compartir también los sacrificios entre todos los sectores, de trabajar pese a todo y buscar la educación de sus hijos e hijas como prioridad. Es lo que debería hacer el gobierno, aplicar esos criterios básicos para cumplir su función, que en Bolivia hoy es temporal, o irse cuanto antes.


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