Arquitectura y cine
La arquitectura y el cine comparten muchas cosas. La más importante: su representatividad en las artes contemporáneas. En su breve ensayo A la Zaga, el historiador alemán Eric Hobsbawm definió al cine y la arquitectura como las artes más idóneas para la modernidad. Existen quienes...
La arquitectura y el cine comparten muchas cosas. La más importante: su representatividad en las artes contemporáneas. En su breve ensayo A la Zaga, el historiador alemán Eric Hobsbawm definió al cine y la arquitectura como las artes más idóneas para la modernidad.
Existen quienes discrepan sobre ello, pero nada nos emociona tanto como ver a Chaplin, o nada nos enerva tanto como vivir en una mala arquitectura. A esa potente facultad que tienen la fábrica de sueños y ese montón de ladrillos y cemento debemos sumarles que somos millones en el planeta que vemos cine, y todos habitamos arquitectura y ciudad. Por ello, bien ejecutados, son artes de masas. A un vernisage de arte pictórico o conceptual asisten a la galería algunas decenas de personas; a un recital poético, una docena. Para ver El Rey León (una maravilla visual), la cola da vuelta y media al manzano y explotan las arcas.
Arquitectura y cine son, junto con la música, artes mayores (con el perdón de los amigos artistas o diseñadores). Son medios artísticos de mayor complejidad estructural en contenido y ejecución, cuya concepción y factura son tareas arduas, y precisan de un manejo maestro, obsesivo y tenaz.
El gran público levanta o aplasta una obra de cine o de arquitectura sin miramientos. No hay medias tintas como para otros medios artísticos. Pero entre cine y arquitectura existe un matiz. La crítica escrita o televisiva concede diferencias en el trato. No sé cómo los cineastas han logrado que la prensa los trate con cariño y, ante esperpentos cinematográficos evidentes, declaran que fue “un loable esfuerzo de un creador comprometido”. A los arquitectos, ni agua.
Aparte de ello, ambas artes precisan de múltiples agentes y medios para hacer realidad una obra. Un cineasta o un arquitecto necesitan de un equipo multidisciplinario y de importantes medios materiales. Es vital para construir o filmar correctamente un eficaz acompañamiento, una producción solvente e inteligente, y otras complejidades propias de un arte aplicado. Baratito no sale, lo sé.
En el cine y en la arquitectura de Bolivia tenemos, además, incapacidades personales manifiestas. Menciono algunas: la falta de dominio del lenguaje y la ausencia de un guion penetrante. En ambas disciplinas se percibe la falta de ideología, entendida esta última como una fuerza creadora o un pensamiento rector; y el manejo del lenguaje artístico es un aprendizaje largo y mortificante. Quienes practicamos esos oficios sabemos que nos falta más de una vida para lograr satisfacer nuestras pretensiones estéticas y, seamos honestos, un montón de cosas más…
* Arquitecto.
Existen quienes discrepan sobre ello, pero nada nos emociona tanto como ver a Chaplin, o nada nos enerva tanto como vivir en una mala arquitectura. A esa potente facultad que tienen la fábrica de sueños y ese montón de ladrillos y cemento debemos sumarles que somos millones en el planeta que vemos cine, y todos habitamos arquitectura y ciudad. Por ello, bien ejecutados, son artes de masas. A un vernisage de arte pictórico o conceptual asisten a la galería algunas decenas de personas; a un recital poético, una docena. Para ver El Rey León (una maravilla visual), la cola da vuelta y media al manzano y explotan las arcas.
Arquitectura y cine son, junto con la música, artes mayores (con el perdón de los amigos artistas o diseñadores). Son medios artísticos de mayor complejidad estructural en contenido y ejecución, cuya concepción y factura son tareas arduas, y precisan de un manejo maestro, obsesivo y tenaz.
El gran público levanta o aplasta una obra de cine o de arquitectura sin miramientos. No hay medias tintas como para otros medios artísticos. Pero entre cine y arquitectura existe un matiz. La crítica escrita o televisiva concede diferencias en el trato. No sé cómo los cineastas han logrado que la prensa los trate con cariño y, ante esperpentos cinematográficos evidentes, declaran que fue “un loable esfuerzo de un creador comprometido”. A los arquitectos, ni agua.
Aparte de ello, ambas artes precisan de múltiples agentes y medios para hacer realidad una obra. Un cineasta o un arquitecto necesitan de un equipo multidisciplinario y de importantes medios materiales. Es vital para construir o filmar correctamente un eficaz acompañamiento, una producción solvente e inteligente, y otras complejidades propias de un arte aplicado. Baratito no sale, lo sé.
En el cine y en la arquitectura de Bolivia tenemos, además, incapacidades personales manifiestas. Menciono algunas: la falta de dominio del lenguaje y la ausencia de un guion penetrante. En ambas disciplinas se percibe la falta de ideología, entendida esta última como una fuerza creadora o un pensamiento rector; y el manejo del lenguaje artístico es un aprendizaje largo y mortificante. Quienes practicamos esos oficios sabemos que nos falta más de una vida para lograr satisfacer nuestras pretensiones estéticas y, seamos honestos, un montón de cosas más…
* Arquitecto.