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Mala leche

Línea de cebra desteñida, semáforo en rojo, los autos esperando la luz verde ronronean amenazantes, los transeúntes corremos al otro lado de la acera, no tendríamos por qué hacerlo, pero mejor prevenir que lamentar. Un negocio nuevo se abre y a los días viene la competencia, claro esto es...

Línea de cebra desteñida, semáforo en rojo, los autos esperando la luz verde ronronean amenazantes, los transeúntes corremos al otro lado de la acera, no tendríamos por qué hacerlo, pero mejor prevenir que lamentar. Un negocio nuevo se abre y a los días viene la competencia, claro esto es abrazar el libre mercado, a no quejarse. Siguiendo con esta línea, a no olvidar que nos evaluamos, nos medimos y juzgamos duramente en cada aspecto relacional. Siguiente escenario, las calles de la ciudad en hora pico con su ya habitual caos y las bocinas que ensordecen el mundo con sus escandalosas polifonías. Mundo administrativo de cualquier oficina privada o estatal, no espere, en la mayoría de los casos, un trato cordial.

Y si lo obtuviera, es como para sospechar. La costumbre es que nos digan “vuelva mañana”.
Dicen que a mala leche nadie nos gana, si nos remontamos al origen de esta frase, encontraremos sus orígenes en una creencia antigua de que la leche con que las madres amamantaban a sus hijos marcaría su carácter. También se entendía, que los miembros naturales de cualquier conformación territorial compartida, eran hermanos porque habían ingerido la misma leche, no de la misma madre pero de un conjunto parecido. Se dice que San Agustín recomendaba que los niños cristianos no fueran amamantados por amas paganas, porque incidiría definitivamente en un ateísmo potencial. Y es así la leche es la leche y cuando es mala podría ser una forma de crear rasgos comunes en los sujetos unidos por una inevitable proxémica. En el fondo volvemos a esa idea que la culpa de todo o casi todo la tienen las madres, los padres o las amamantadoras ocasionales.

Si apelamos a conceptos semióticos, diríamos que las semiósferas de sentido son aquellas donde los sujetos construyen su identidad y por tanto, su pragmática. Eso que también está vinculado a la idiosincrasia, definida por el Diccionario de la lengua española de la RAE como: “Los rasgos, temperamento y carácter, distintivos y propios de un individuo o de una colectividad”.

Si hablamos de rasgos, somos capaces de los mayores sacrificios, también tenemos la celebración pegada a cada ritualidad, tenemos sentido del humor, uno que suele teñirse de negro y justo en los momentos precisos. En este desorden tropical que nos caracteriza, somos genéticamente impuntuales, tradición heredada de costumbres españolas cuando las señoritas acudían con una impuntualidad sistemática a las citas de sus pretendientes porque presentarse puntualmente “no era bien visto”.

En el epílogo de estos desánimos y como yapa tenemos la ola imparable de corrupción. Quizás esta visión es por demás apocalíptica y obedezca a una prolongación de una mentalidad mediada por la leche mala de cada día, sin embargo, no está demás hacer una introspección crítica de los aspectos que nos caracterizan y cómo nos interrelacionamos en la compleja cotidianidad cochala.

La autora es escritora

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