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¿Es o no es verdad?

Comprenderá el sensible lector que no podía dejar de mencionar en este comentario, un hecho tan lacerante, tanto para su familia, como para mí mismo y para sus compañeros de trabajo y amigos. Roguemos a Dios Padre bueno y misericordioso para que reciba en su seno el alma de nuestro amigo...

Comprenderá el sensible lector que no podía dejar de mencionar en este comentario, un hecho tan lacerante, tanto para su familia, como para mí mismo y para sus compañeros de trabajo y amigos. Roguemos a Dios Padre bueno y misericordioso para que reciba en su seno el alma de nuestro amigo entrañable.Escrito este prefacio que era necesario, paso a compartir con mis amables lectores algunos acontecimientos relacionados con la fiesta de la Pascua. Ante todo el hecho histórico de la resurrección de Jesús, un  acontecimiento en el que se arraiga firmemente la fe cristiana. Si Jesús no hubiese resucitado, nuestra fe sería vana, nos enseña San Pablo en su carta a los Corintios. Bueno, pues resulta que esta fe en la que muchos somos los que creemos firmemente, dice que está en crisis, el mismo Papa Benedicto XVI lo ha dicho con estas palabras severas: “Es la hora de las tinieblas, cuando vacilan nuestros cimientos de la tierra, cuando las multiformes máscaras de la mentira, burlas de la verdad y los halagos del éxito sofocan la íntima llamada de la honestidad”. Tremendas palabras que obligan a una reflexión seria y profunda.El más grave y demoledor pecado que sufre la Iglesia de nuestros tiempos es infidelidad de  algunas personas consagradas - una estrecha minoría - y caídas en graves delitos sexuales. A este respecto, dice el Papa: “A Satanás se le ha concedido hacer una criba a los discípulos de manera visible delante de todo el mundo”. La criba entre el buen trigo y la venenosa cizaña. La Santa Sede, tras una etapa de vacilaciones entre el delito cometido y el arrepentimiento y la enmienda y la reparación, dictaminó unas normas estrictas que incluyen la entrega de los probadamente culpables, a los tribunales civiles. Así se está cumpliendo y tenemos la esperanza de este mal trance sea superado en forma justa. Ni ésta ni otras calamidades que ha sufrido la Iglesia en el curso de más de dos milenos, podrán apagar el fuego purificador y redentor de Cristo resucitado y glorioso.Observando otros ángulos de la historia, no puedo creer que tanta santidad y como ha florecido en la Iglesia en su larga existencia, pueda ser eliminada del mundo actual. Ni los enriquecedores  aportes a la civilización universal de un San Agustín, de un Santo Tomás de Aquino de un Roberto Belarmino, ni la santidad de Bernardo de Claraval, de Francisco de Asís, de Ignacio de Loyola, de Santa Teresa de Ávila, de Santa Rosa de Lima y tantos otros santos, mártires cuyos nombres no cabrían en este espacio y que no pueden ser eliminados de la cultura que hemos heredado y que conserva todo su vigor. La crisis pasará y el trigo seguirá dando sus espigas.Y qué decir de las obras de servicio a los pobres a los desvalidos, a los enfermos, a la reorientación de los descaminados,  que llevan a cabo en silencio tantas personas de la Iglesia en todo el mundo. No, no estoy dispuesto a aceptarlo que ya no son útiles para la humanidad. La Iglesia durará en el tiempo y seguirá ayudando a consolidar la fe en Cristo resucitado.No puedo tampoco prescindir de las catedrales, de las iglesias coloniales de las misiones. Ni de   las maravillas del arte sagrado que pueblan todo el mundo occidental. ¿Todo esto y mucho más, va a quemarse en la fogata pasajera de la crisis? No: la Iglesia estará cimentada sobre piedra y las fuerzas del infierno no prevalecerán.

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