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50 años perdidos

Así inicia Ricardo Soberón un serio análisis de lo que usualmente llamamos “narcotráfico” en América Latina y tiene revelaciones irrefutables, más que suficientes como para ponernos a cavilar sobre el tema.Eso no es fácil ni es habitual, porque reflexionar sobre las genéricamente...

Así inicia Ricardo Soberón un serio análisis de lo que usualmente llamamos “narcotráfico” en América Latina y tiene revelaciones irrefutables, más que suficientes como para ponernos a cavilar sobre el tema.Eso no es fácil ni es habitual, porque reflexionar sobre las genéricamente llamadas “drogas” es un arduo camino cargado de prejuicios, estereotipos, mitos y toda clase de desinformación.Para comenzar, se nos induce por todos los medios a focalizarnos en la producción y el tráfico, ocupándonos al mínimo –si es que nos ocupamos- del consumo, que es donde está la esencia del asunto. Su razón de ser.Se insiste mucho, también en actores que de tanto mostrárnoslos, en series de televisión, en películas y en todas formas ya los han convertido en estereotipos. El torvo hamponzuelo, generalmente “latino”, sanguinario, desalmado. Exactamente el cliché inverso del estereotipo de policía. La realidad, sin embargo, es que a menudo el sanguinario y desalmado resulta ser… el policía.Lo cierto, lo irrefutable, lo demostrable es que el consumo de drogas y los delitos asociados crecen constantemente y se diversifican sus modalidades, se sofistican, precisamente cuando se cumple el 50 aniversario de la Convención Única de Estupefacientes de 1961.Soberón remata su análisis señalando que las sociedades rurales del Tercer Mundo han encontrado la manera de adecuarse a los nuevos tiempos de la globalización en el siglo XXI, integrándose al circuito del libre mercado tal es el caso – dice - de no menos de 300,000 campesinos en los Andes sudamericanos que participan como proveedores de materia prima, pero esto aún puede empeorar. Cada vez más, la hoya amazónica se verá confrontada con una progresiva y desordenada colonización incentivada por las economías ilícitas lo que va a ocasionar no solamente su rápida destrucción sino el involucramiento progresivo de sus sociedades rurales ancestrales en esta vorágine asociada a la criminalidad.Medio siglo después de haber suscrito en forma por demás solemne una “Convención” con 50 artículos y una infinidad de incisos, con todos los protocolos usuales de la Organización de las Naciones Unidas, el más elemental balance nos muestra que semejante despliegue no sirvió de nada. Al contrario, la criminalidad asociada con “las drogas” aumentó, empeoró y trasminó todas las áreas de la sociedad. ¡Qué tristeza de balance!Entonces este convenio, como tantos otros prohijados por las Naciones Unidas es letra muerta. Pero las drogas sicotrópicas son un problema real y decir que el convenio que supuestamente las regulaba no funcionó durante 50 años no es suficiente. Hay que comenzar de cero, pero hay que hacerlo. Y Bolivia es uno de los países más interesados en que se haga. Solo no podrá, pero se nos ocurre que para situaciones como esta es para lo que están los todavía incipientes pero ya reales organismos de integración. Como Unasur. Es una idea.

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