Autonomías para todos los bolivianos

El pueblo organizado ha dejado de ser un actor pasivo en el quehacer político y hoy es parte de la construcción de lo nuevo. Nadie puede negar que la centralidad del Estado generó -por décadas- una cadena de perjuicios en una Bolivia que se mostró, desde su nacimiento a la vida republicana,...

El pueblo organizado ha dejado de ser un actor pasivo en el quehacer político y hoy es parte de la construcción de lo nuevo. Nadie puede negar que la centralidad del Estado generó -por décadas- una cadena de perjuicios en una Bolivia que se mostró, desde su nacimiento a la vida republicana, como independiente y soberana, pero que en los hechos nunca pudo definir su presente y futuro al margen de la mirada foránea, del intervencionismo descarado por parte de potencias mundiales a través de sus diplomáticos. El ideal del Estado soberano, desde la creación de la República, sirvió sólo para los textos escolares y las hipócritas recordaciones patrias que los sucesivos gobiernos liberales y conservadores, en democracia o dictadura, proclamaban ante la ingenuidad de un pueblo sometido. El centralismo tuvo el rostro perverso del autoritarismo, que siguió engordando a minorías que eran dueñas del poder político. El perjuicio principal de aquella forma de Estado la sienten aún los departamentos y las regiones más empobrecidas de Bolivia. Este prejuicio vino además ligado con una alta dosis de racismo e intolerancia, postura que aún persiste en sectores que no se resignan ahora a que un proceso de significación histórica y política, como las autonomías, se desarrolle en el marco de los intereses colectivos y bajo la mirada de Bolivia como un Estado Plurinacional cuya fuente de inspiración son los pueblos marginados y oprimidos: por lo tanto, tiene un profundo sentido comunitario, liberador, descolonizador. El proceso autonómico ciertamente que va más allá de los caciques y las viejas roscas regionales que, en los hechos y en casos concretos, se apoderaron de determinadas regiones y las mantuvieron postergadas y sometidas a sus intereses. Un recuento de aquella dominación local y a su modo altamente concentradora y centralista (en manos de patrones) muestra cuadros dramáticos de extrema pobreza y exclusión. Tal es el caso de algunas regiones del oriente y el chaco donde el sistema de explotación inhumano aún persiste y llega a situaciones de semiesclavitud que, en ciertas esferas, se prefiere ignorar. Ahora Bolivia es plenamente autonómica, se podrá hablar de ellas en el marco de los derechos y deberes de todos los bolivianos a ser y estar en todo el territorio patrio, con dignidad y respeto, pero sobre todo en igualdad de condiciones al margen de cualquier interés minoritario.

La aprobación de la Ley Marco de Autonomías abre sin duda las grandes avenidas para que Bolivia camine con otra mirada hacia la construcción de una sociedad con equidad y justicia social, proyecte en serio la edificación de la democracia comunitaria para vivir bien. Se plantea hoy el desafío de romper todo prejuicio y saldar los prejuicios ocasionados por más de dos siglos. No se trata, pues, de una norma que únicamente fijará las competencias del gobierno nacional y los gobiernos departamentales, o planteará nuevas formas de organización territorial –institucional-, sino que además exigirá la aplicación de nuevos paradigmas de desarrollo con justicia social. Uno de los retos esenciales de esta nueva ley -que además se suma a un conjunto de otras normas orgánicas para poner en marcha el Estado Plurinacional- será resolver los problemas históricos que se afincaron con la vieja República y que se tradujeron en múltiples rupturas entre el Estado, las regiones y los pueblos. En esa dirección, los actores del proceso están llamados a cerrar filas para el bienestar de todos.


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