Suplemento político
Lu Campero: La vendetta



Luciana Campero se metió en las listas de Comunidad Ciudadana no porque su plataforma “21F” fuera especialmente ruidosa (ninguna lo fue) o porque viniera de una familia mesista de cuna, que las hay, sino porque su voz sonaba fuerte y convencida.
Luciana no es exactamente parte del establismenth tarijeño, ni de su “aristocracia”, ni de las roscas empresariales (todas evistas en su momento, por cierto), pero estaba ahí y hablaba fuerte. Su nombre fue considerado como diputada suplente por la C40, la circunscripción de los barrios tradicionales tarijeños. De número 1 iba Edwin Rosas en uno de esos saltos de equilibrismo directamente de la presidencia de la Fedjuve a la candidatura de CC que en 2020, en Tarija, había quedado en manos del alcalde Rodrigo Paz Pereira, pues los pesos pesados como Óscar Montes y Adrián Oliva habían decidido apoyar la candidatura de Jeanine Áñez, que acabó abandonando.
Una de las primeras cosas que hizo en el parlamento fue sacudirle a su titular, Edwin Rosas, hasta en la cédula de Identidad. Fue su bautismo de fuego en redes sociales y detrás de un celular cuando narró cómo su diputado titular había pactado con el MAS para colarse en la Directiva al margen de las decisiones del partido, Comunidad Ciudadana.
Aquel episodio ejemplifica muy bien lo sucedido en la legislatura, e incluso lo que acontece. Campero logró tremenda audiencia con centenares de comentarios de indignación, pero Rosas se llevó apenas una reprimenda de parte del jefe del partido y sus operadores y poco más. Siguió formando parte de la bancada y mostrándose muy opositor en sus llegadas a Tarija, que básicamente empleó en erosionar al gobernador Óscar Montes.
Tal vez alguien le habló al oído, pero probablemente no. Campero entendió qué rol podía jugar en una legislatura que se manifestaba, de nuevo, plana, con Creemos y Comunidad Ciudadana desarticulados desde el vamos.
Así se empleó a fondo en la fiscalización y la denuncia a través de sus redes y, de vez en cuando, cuando fue insostenible, el círculo rojo de Carlos Mesa le dejó subirse a la tribuna de oradores o a la sala de conferencias para darle fuerza institucional a sus denuncias, pero siempre con recelo por si se salía de la línea oficial o metía la pata.
A Luciana la utilizaron muchos. O lo intentaron. Denuncias no del todo respaldadas que le filtraron por interés, fotos fuera de foco, vocerías cuando no correspondía. Algunos le retiraron el saludo cuando vieron que crecía. O que no caía. Empezaron a aparecer más y más palitos que pisar y que “la changa” sorteó con destacable habilidad.
Las elecciones judiciales fueron el parate. La bancada de CC junto a la de Creemos la habían viabilizado en la Asamblea y cuando intervino el Tribunal Constitucional para cercenarlas y asegurar la continuidad de la mayoría, las directivas se dieron por vencidas a su estilo, pues ni siquiera impulsaron por enésima vez la campaña del voto nulo. Campero y otras compañeras de bancada decidieron al menos pintar de azul las papeletas señalando a aquellos con más “cola masista”, y lo cierto es que los no pintados ganaron. Después vinieron que si tal era medio azul también o que si el otro era aún peor.
Quizá fue el cénit. Luciana, demasiado joven, demasiado mujer, demasiado libre. Algunos quisieron verle los hilos con Virginio, o con Camino al Cambio, o con Oliva, o con quien fuera, y como no había cundió el pánico.
Luciana arrastraba votos y tuvo ofertas de todos los partidos. Apostó por Tuto y ese rato nació el ejército de bots dedicado a “destruirla” en redes sociales. Hoy está fuera. Era candidata a primera senadora y entregó sus papeles. Uno de esos certificaditos que debía presentar el delegado no llegó al TSE. El plazo se amplió 48 horas. Pero tampoco entonces.