García Linera tiene un plan



No hay muchas salidas laborales después de la Vicepresidencia. Están las académicas y están las de la asesoría política desde la perspectiva individual, y en ambas se ha movido Álvaro García Linera desde que salió del país en 2019, un poco a caballo en todos sitios aún con arraigo en Bolivia.
García Linera es uno de los pesos pesados del poderoso Consejo Consultivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) que aglutina a la flor y nata de la izquierda intelectual del continente y también de España y que desde hace años vive una contradicción entre lo que promueve académicamente y lo que sus regímenes afines aplican. Es precisamente García Linera uno de los que más evidencia esa tensión al contrastar sus actuales postulados (Tensiones creativas de los procesos progresistas) con su experiencia de gobierno.
Puede que no le haya ido tan bien en sus primeras experiencias como coacher: la Constitución chilena que promovió como parte del equipo afín al gobierno de Gabriel Boric perdió como en la guerra y tampoco ayudó demasiado en frenar a Milei ni a Noboa, pero su gran centro de operaciones siempre ha sido Bolivia.
Su rol en el Movimiento Al Socialismo (MAS) siempre fue cuestionado, desde su primera designación, pero siempre tuvo la habilidad para depurar rivales desde la poderosa oficina de la Vicepresidencia gracias a una estrategia sencilla: sumisión pública total a Evo Morales quien después lo retribuyó convirtiéndolo en su yunta inquebrantable en cada elección, incluyendo el referéndum de 2016.
García Linera estuvo en el Chapare y voló a México con Evo Morales, pero ahí sus caminos se empezaron a distanciar. Morales siempre tuvo que quería volver, García Linera no.
Sus primeras entrevistas se circunscribieron a analizar los hechos de 2019 y 2020, pero pronto se tuvo que posicionar sobre el gobierno de Luis Arce, y de hecho, de aquellas primeras valoraciones empezaron a surgir las diferencias. El ritmo al que creció la tensión entre Evo y Luis fue tan endiablado que cuando García Linera intentó mediar pidiendo “dejar gobernar a Luis Arce” y advirtiendo de los efectos de la división, Morales lo cruzó y lo llamó directamente “traidor”, y aunque desde entonces el exvicepresidente siempre ha intentado equilibrar sus declaraciones para agradar a Morales, este nunca le ha vuelto a hacer un gesto de condescendencia.
La situación ha llegado al borde del cisma. García Linera tiene una visión sobre el conflicto externa, algo que sorprende por los muchos años que ha pasado dentro de la estructura, pero que se entiende precisamente al escuchar cómo el exvicepresidente tilda de “revolucionario y progresista” un gobierno, el de Evo, que si por algo se caracterizó fue por la prudencia y buena sintonía con las transnacionales y los sectores conservadores, sobre todo las iglesias, además de una lógica capitalista “comunal” donde la solidaridad brilla en ausencia.
De hecho, el exvicepresidente puede ser de los pocos masistas “de élite” capaces de reconocer principios más de izquierda en Luis Arce que en Evo Morales, que ha escondido todas sus debilidades ideológicas detrás de la reivindicación racial, un asunto ciertamente amortizado, y la simbiosis popular, que en realidad puede darse la vuelta en cualquier momento ante la evidente falta de resultados tangibles.
García Linera quiere una Bolivia más progresista que se acomode a sus propias deliberaciones, que pueda usar de ejemplo en sus alocuciones, y ahí sabe que ni Luis Arce, por lo tumultuoso de su gestión, ni Evo Morales, por su conservadurismo intrínseco, son los candidatos que necesita.
García Linera lo ve desde fuera y entiende que solo el MAS unido puede ganar las elecciones y considera que es mejor una candidatura de consenso que permitir que una facción aplaste a la otra facción y los “aplastados” busquen otras opciones políticas. Su opción es por tanto que ambos líderes depongan actitudes y elegir a un tercero con capacidad de aprender y a poder ser, más izquierdista.
Ni Arce ni Evo lo contemplan.