Revisión analítica
Los vacíos del golpefraude
A tres años de la caída de Evo Morales, siguen quedando episodios de lo sucedido en 2019 sin tener una explicación lógica. Si hubo fraude, al MAS le faltó el apoyo popular para sostener la arriesgada empresa; si hubo golpe, la oposición no tuvo claro el itinerario a seguir para darle después el barn



Tres años después de aquella elección que desencadenó una protesta que acabó con Evo Morales renunciando en diferido y volando hacia México todavía no se han alcanzado los consensos mínimos que describan lo sucedido en su totalidad. Apenas los hitos están claros, aunque no su interpretación. Lo normal es situar el origen de la crisis en el referéndum del 21 de febrero de 2016, donde Evo Morales y Álvaro García Linera pidieron permiso para postularse una vez más por encima de lo dispuesto en la Constitución y perdieron.
Para la mayoría, todo lo que vino después del cierre del cómputo es consecuencia: La “necesidad” del MAS de burlar el resultado, la multiplicación de candidatos de oposición, la campaña entre incendios y parrilladas con la “gente guapa”, la accidentada elección, las protestas, la llamada a la OEA y finalmente, la renuncia de Evo, las matanzas y la tormentosa gestión de Jeanine Áñez.
Oficialismo y oposición llegaron a la elección del 20 de octubre conteniendo la respiración porque por primera vez, luego de que en el silencio electoral hubiera funcionado particularmente lo del “voto útil”, se barajaba la posibilidad de una segunda vuelta con certeza. A partir de ahí, en el fondo, se discute si unos y otros tenían preparado su propio plan de contingencia. El análisis del caso desde Tarija puede dar algunas claves al respecto.
Lo del fraude
Hoy el debate ya se ha hecho público en las filas del oficialismo, pero en 2019 no había quien levantara la voz. Lo hizo David Choquehuanca en 2016 y duró las horas del fuego en el gabinete después de una década: los resultados del referéndum iban a ser ignorados olímpicamente y quién no estuviera dispuesto a aceptarlo, no tendría opciones de continuar en el partido.
Juan Ramón Quintana, poderoso ministro de la Presidencia y responsable del fiasco del referéndum se retiró dos años a Cuba, como embajador, a ponderar tranquilamente el plan que llevara a Morales de vuelta a la Casa Grande del Pueblo. Él ya había puesto en marcha lo del “cártel de la mentira” para ningunear los resultados, pero no funcionó ni a nivel local ni a nivel internacional. Aún así, Quintana y el círculo palaciego seguían creyendo que mantener a Evo como candidato era la única opción del MAS de seguir en el poder. Ni se plantearon otra opción aun siendo conscientes de que se estaba violando la Constitución y el resultado de un referéndum.
Curiosamente, la controvertida decisión fue avalada internacionalmente por el secretario general de la OEA, Luis Almagro, - uruguayo electo por el bloque progresista pero que pronto había mutado a ser un permanente crítico de países como Venezuela -, que avaló la tesis del derecho humano de Morales a presentarse a la elección.
Evidentemente que después de asumir tanto riesgo y tanto desgaste, nadie contemplaba ni por si acaso la posibilidad de perder. La campaña de Morales fue “normalita”, sin excesos, hablando básicamente de economía, y haciendo guiños a las clases bajas y, sobre todo, a las clases altas con sus parrilladas y sus partidas de golf. Las listas de diputados y senadores que lo acompañaban eran también menos polémicas que en 2014, cuando incluyó numerosos conversos – en el caso de Tarija la mitad en franja de seguridad -. Además se puso especial mimo en multiplicar los candidatos alternativos para que no hubiera una sola opción de oposición. Se tardará aún en saber por qué Óscar Ortiz llevó hasta el final su candidatura que acabó con un escaso 4 por ciento que de haberse sumado a Mesa, no hubiera habido margen de duda, y lo propio con el MNR, UCS y otros supuestos opositores convencidos.
Los que afirman el fraude señalan que hubo indicios ya desde que los Tribunales Electorales decidieron dejar sus sedes oficiales y trasladarse a hoteles hasta los que hubo que instalar nueva fibra óptica y otros dispositivos. Las dos empresas de seguridad informática contratadas para acompañar el cómputo han intercambiado acusaciones, pero lo cierto es que con anterioridad al día de autos se anunció que a las 20.00 se cortaría la Transmisión Rápida de datos (TREP) y así se hizo cuando la distancia rondaba el 8 por ciento. No está claro sin embargo quien obligó a reanudar la publicación el lunes, ya con una distancia superior al 10 por ciento y de lo que no se había informado. La “remontada” propiciada con apenas un 10 por ciento de nuevas actas verificadas en el TREP y digitalmente a oscuras es lo que acabó desencadenando las protestas.
Todo lo que sucedió a partir de ahí sugiere precisamente lo contrario a una organización fraudulenta: Morales habló aquella noche de victoria y empezó a delinear una línea de defensa apelando a lo emocional – racial – identitario; unos días después se mofó de la población movilizada, crispando aún más los ánimos y por el medio, a alguien se le ocurrió la idea de convocar a la OEA.
Los que vieron a Almagro bailando en el Chapare tienen interpretaciones múltiples sobre el hecho y el resultado preliminar del informe, pero lo cierto es que el jefe de la OEA arrojó el documento en su twitter, muy de madrugada, en un fin de semana en el que la Policía estaba sublevada y se preveía la “batalla final”, como así aconteció.
El hecho que más desvela a los investigadores de uno y otro sentido es el de la falta de respaldo popular a Evo Morales, una debilidad que no solo dio alas a las protestas, sino que también acabó de convencer a policía y militares de qué lado escoger.
En ningún momento hubo un levantamiento espontaneo y masivo de bases y simpatizantes del MAS en apoyo a Morales; menos de enfrentar a los bloqueadores de aquellas fechas. Lo que se cuenta son algunos gestos aislados, como esos en los que se reparten fichas: aquel grupo de mineros por El Prado de La Paz, las columnas cocaleras que cruzaban Cochabamba algunas mañanas y alguna vigilia en el Plan 3000 de Santa Cruz. En Tarija no hubo ninguna concentración. La apatía duró incluso después de que Morales renunciara y a duras penas se pudieron organizar las protestas en Sacaba y Senkata que acabaron en tragedia. Nadie haría un fraude electoral sin tener planificada la defensa en las calles del gobierno irregularmente reelegido. Ahí es que muchos se inclinan por la improvisación y otros muchos, por la traición: los movimientos sociales que no querían la repostulación de Evo pero que guardaron silencio, también se quedaron en casa a ver por televisión el destino del supuesto líder.
En Tarija nadie en el MAS movió un dedo de más. Al contrario. Muchos de los conversos e invitados renunciaron a sus cargos el mismo 10 de noviembre en el que lo hizo Evo Morales y fue motivo de burla interna el audio que distribuyó el aún presidente el MAS Tarija Carlos Acosta de ese mismo domingo convocando a las bases a los “puntos de bloqueo” desde el lunes: no se presentó nadie. Ni el propio Acosta.
Lo del golpe
Si muchos detalles advierten que el MAS no tenía nada preparado para el día después de la elección a pesar de que era evidente que sí estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por mantener el poder, algo similar pasa en el otro bando.
Los incendios de la Chiquitanía habían reactivado el Comité Cívico cruceño recientemente renovado en esa fecha, por lo que a pesar del tour, apenas se conocía a Luis Fernando Camacho. Con todo, en su cabildo local ya adelantó que irían a la desobediencia civil en el caso de que volviera a ganar Morales. Es decir, sí había un plan de protesta.
La coordinación de este plan con los Demócratas de Rubén Costas, que se negaron a bajar su candidatura, fue mínima. Tampoco se sabe qué clase de relación había antes del día 21 de octubre entre Camacho y Carlos Mesa – que acudió directamente a él -. En Tarija solo el exalcalde Rodrigo Paz, que entonces no era candidato, habló por todas las televisiones advirtiendo que cosas raras podían pasar en esa elección y señalando la presencia de militares en los colegios electorales.
Uno de los episodios más raros sucedió precisamente en Tarija: El Tribunal Electoral Departamental fue el más rápido el país y a las 20.00 horas – la hora a la que se iniciaron las protestas por la reactivación del TREP – ya habían cerrado el cómputo – donde por cierto ganó CC por dos puntos luego de que el MAS hubiera ganado en 2009 y 2014 - y el acta contaba con las firmas de todos los partidos según contó su presidente Gustavo Ávila. Igualmente a las 20.00 se desataron los problemas, incluyendo quema de ánforas en el Tribunal Electoral.
Mesa intentó coordinar la resistencia desde La Paz con la conformación de una suerte de coordinadora tipo Conade que unía a todos los líderes de oposición y olía a naftalina desde Tarija. Específicamente pedía segunda vuelta. Pronto dejó paso a Luis Fernando Camacho y su estrategia de show nocturno en el Cristo, con monólogo, frases gancho para las redes, espíritu de predicador y mucha testosterona. Cada noche captaba la atención de los más jóvenes con sus apuestas y anuncios: ir a La Paz, llevar la carta, pedir la renuncia, etc. El guion logró mantener la tensión y un paro larguísimo que precipitó acontecimientos a partir del motín policial.
Por cierto que una de aquellas noches Camacho propuso a la magistrada del Tribunal Supremo Cristina Diaz Sosa, tarijeña, como presidenta transitoria y se desató el furor. Díaz apareció al día siguiente en un evento para jueces de la OEA en Washington junto al entonces diplomático Pablo Canedo. La historia de Canedo es de las más controvertidas, aunque sigue haciendo equilibrios en el MAS: el candidato converso más famoso de Tarija pasó a ser el encargado de negocios en Estados Unidos (es un American Leader del CBA) por cuya embajada, como Díaz, también pasó Vladimir Calderón, el comandante policial que toleró el motín policial extendido. Curiosamente, uno de sus últimos destinos también había sido Tarija.
Aunque Mesa dejó hacer a Camacho, era consciente de que la protesta se debía trasladar a La Paz, aunque esta apenas salía de la zona sur. El motín policial lo cambió todo y Camacho tuvo vía libre en La Paz para llevar su Biblia hasta Palacio Quemado – Camacho le había dado un toque mesiánico a su misión que le había funcionado hasta que Áñez lo amplificó -.
Camacho apostaba por la conformación de una “junta de notables” para regir el poder luego de sacar a Morales, lo que habría perfilado aún más la idea de golpe y dictadura. Mesa, que ya había reunido a su propia unta de notables en la UCB con obispos, millonarios, embajadores extranjeros y algún político bien conectado con los United, optaron por una solución “lo más cercana a la Constitución”, y allí surgió Áñez, la vicepresidenta segunda del Senado que había visto toda la protesta desde Trinidad.
Áñez fue bendecida por Camacho a quien le entregó algunos ministerios clave: Defensa, Presidencia, Comunicación, e inmediatamente empezó a pedir la intervención del Ejército en tareas de orden público, que en ese momento ya no era frenar la protesta sino evitar la reacción de los partidarios de Evo Morales. Tal vez era Camacho - cuyo padre había cerrado con militares y policías según explicó a gente de su comparsa – quien debió dar aquella orden, pero lo delegó. Hasta hoy ni siquiera ha declarado dentro de las causas “Golpe de Estado”.
El resto es consecuencia y, para desgracia de la oposición, ejemplo de alternativa: Áñez ventiló lo más rápido que pudo la transición y se lanzó como candidata jaleada por un estrecho grupo de colaboradores y aduladores comandando por el ministro de Gobierno Arturo Murillo, que adoptó un rol de tipo uro y que esta semana se declaró culpable de corrupción en Estados Unidos. Antes se deshizo de sus compromisos con Camacho. Después llegó la pandemia y en el afán de atornillarse al cargo tuvo que renunciar incluso a la candidatura.
Después volvió el MAS.