Cambios en el tablero
La emancipación de Luis Arce
El presidente parece haber cambiado de estrategia política a fin de rebajar las tensiones con una oposición inexistente y de fortalecer sus propias posiciones internas en la lucha por el liderazgo del MAS. En las encuestas sigue siendo el gran favorito



Los teléfonos de los asesores de la Casa Grande del Pueblo echan humo. Los de la suerte de “gabinete paralelo” armado por Evo Morales en el corazón del Chapare también. El discurso del 6 de agosto en la icónica Casa de la Libertad de Sucre ha abierto un escenario político diferente donde el presidente Luis Arce parece haber dejado claras sus intenciones de gobernar bajo sus propios criterios, una posibilidad siempre latente y que unos y otros no parecen tomar del todo en serio. Pero es en serio.
Arce, dentro del habitual batiburrillo de declaraciones y datos, a menudo ventajistas, ha estado dando mensajes permanentemente, de esos que a buen entendedor no necesita explicaciones extra, pero que en el MAS no quieren creer por mucho que los propios datos respalden al presidente.
Destetarse de Evo
Luis Arce no nombró a Evo Morales en ninguno de sus discursos importantes desde 2020, empezando por el de su posesión y todos los uue le siguieron en 6 de agosto o Día del Estado Purinacional de Bolivia. La mención en la jornada de este sábado, un tanto desmesurada, ha encendido las alarmas para aquellos que advierten de la “emancipación” temprana de Luis Arce.
Arce fue elegido candidato en aquella mesa lejana en la ciudad de Buenos Aires hace ahora dos años y medio. Los prenominados eran David Choquehuanca, Andrónico Rodríguez, Diego Pary y el propio Arce. Todos eran conscientes de que el único que tenía apoyo popular de verdad era Choquehuanca, quien hasta 2017 había compartido gabinete de gobierno desde la Cancillería, cargo del que fue fulminado precisamente el día que andaba presentando credenciales para ser el sucesor de Morales: Choquehuanca fue el único en tomarse en serio la derrota en el referéndum de febrero de 2016 y de considerar que la aplicación de resultado implicaba bajar a Morales de la carrera.
Ni Pary era una opción real ni Rodríguez tenía la madurez ni el nivel de reconocimiento necesario para considerar su concurrencia en las presidenciales, pero la cuestión era mostrar diversidad. Desde antes, Morales ya tenía decidido que su sucesor sería Luis Arce por numerosos motivos, de entre los que el principal era su fidelidad hacia su propia persona, pero también su trayectoria como ministro de Economía y, curiosamente, ser uno de los pocos exministros que no quedo atrapado en la embajada de México, sino que logró salir y hacer vida más o menos normal en otro país.
No fue una mala elección, aunque sus resultados – un 55% de apoyo popular - fueron condicionados por dos temas: la pandemia y la pésima gestión de Jeanine Áñez, que aunque parezca lo mismo, no lo es.
Si las elecciones hubieran sido en mayo 2020 como se previó al inicio de la “normalización” del país, cuando el MAS viabilizó en la Asamblea la continuidad de Áñez para garantizar la rápida concurrencia a las urnas, el resultado podía haber sido diferente. La idea del fin de ciclo del MAS estaba instalada y la gestión de Áñez aún estaba siendo impoluta a pesar de algunos desmanes verbales. Por entonces, los movimientos sociales estaban desarticulados y no encontraban la causa común después de la brutal represión que animara a cohesionar las filas. Además, Áñez había organizado su candidatura a toda velocidad forzando un relato que establecía un antes y un después con apenas dos meses en el cargo, donde ella apelaba a su capacidad de liderazgo para haber “ordenado la casa”, cumplido el mandato de transición y por ende, se sentía libre para ser candidata sin renunciar a la presidencia pese a la infinidad de criticas vertidas sobre Evo Morales por esa situación ventajista.
Lo cierto es que su campaña nunca arrancó en lo que a sondeos se refiere ni en todo el mes de febrero. Después llegaron las alarmas de la pandemia y el círculo cercano a Áñez no dudó en intentar aprovecharlo ganando tiempo. Aplazar sin fecha las elecciones de mayo fue una de las primeras medidas adoptadas.
Hasta entonces, la propia convocatoria electoral ya había impactado en las opciones de la derecha, restando votos no tanto por la división como por lo cómico de la división: No solo Carlos Mesa y Jeanine Áñez eran candidatos, sino también Luis Fernando Camacho. A partir del aplazamiento, el MAS empezó, además, a subir.
Superar el “golpismo”
En aquella campaña, Luis Arce no habló de golpismo ni de gobierno de facto. Al contrario, por decisiones muy calculadas de campaña, ese lenguaje se desterró de su vocabulario y fue cuando precisamente alcanzo su pico más alto de popularidad. Exactamente como este sábado, cuando Arce decidió rebajar el tono en muchos decibeles para dejar también sin argumentos a la oposición.
Y es que lo central de la campaña de 2020 no tuvo que ver con la forma en que Áñez había subido al poder o cómo Morales lo había abandonado, sino que lo que puso en contraste fue la forma de gestionar de unos y de otros.
Áñez había optado entonces por enfrentar la pandemia con una política dura y represiva – sello propio y de Murillo -, exigiendo cuarentenas a la europea a un país donde el 70 por ciento de la población gana del día. Después puso en marcha la entrega de bonos de apenas 500 bolivianos y para todos, dejando de lado cualquier política de equidad. De repente, Bolivia era una enorme cárcel donde se le temía a un virus que nadie veía.
Arce apenas tuvo que señalar con el dedo los errores y recordar los tiempos felices mientras las elecciones se iban postergando y postergando, al igual que la pandemia, haciendo sospechar un intento de prorroguismo institucional. Además, tardó poco en aparecer la corrupción, y a gran escala y relacionada con el sufrimiento de la gente. La gestión para intentar taparla lo hizo todavía más irrespirable.
Por entonces, Arce no hablaba de golpismo ni de gobierno de facto, sino que comía en mercados y tocaba la guitarra en pequeñas reuniones. Sus asesores lo convirtieron en un tipazo con el que todos querían ir de parrillada.
Ganó con el 55 por ciento.
El sello propio
Analistas próximos a la gestión gubernamental reconocen que cualquiera, una vez elegido, por muchos favores que deba, trata de hacer su propia gestión y dejar su sello en la misma, al mismo tiempo que se cuida las espaldas en soledad. En el caso de Arce, las deudas por pagar al equipo de Evo son pocas más allá de la selección como candidato, y a más, ha entregado numerosos cargos muy sensibles a personas muy cercanas a Morales, como el ministerio de Defensa a Edmundo Murillo, la Procuraduría a Walter Chávez y el Segip a Patricia Hermosa.
Luis Arce está en el proceso de emancipación desde hace meses librando difíciles equilibrios internos entre el propio Evo y el vicepresidente David Choquehuanca. A ambos les ha otorgado “caprichos” y a ambos les ha negado otros, como la destitución de Eduardo del Castillo. Tiene un aval: las encuestas de los grupos y consultoras más cercanas al MAS; incluyendo el Celag, le dan como el candidato más potente de cara a 2025 frente a un Evo Morales que ha perdido toda la conexión popular más allá de sus movimientos más leales. El escenario ha cambiado.
Sin noticias de la oposición
En un nuevo 6 de agosto, una de las conclusiones generales normalmente recurrentes tiene que ver con la constatación de la ausencia de la oposición. A estas alturas, ya con prácticamente dos años transcurridos de gestión, no hay visos de coordinación ni de conformación de un frente amplio.
El desempeño de Comunidad Ciudadana en la Asamblea Plurinacional es mediocre. Mucho ruido y pocas nueces con un Carlos Mesa cansado que suele acudir tarde a las polémicas, sin entrar al fondo. El MAS va a empezar a apretar las tuercas a los asambleístas “díscolos” en las próximas semanas a fin de consolidar mayorías de dos tercios para algunos asuntos clave, como la Defensoría del Pueblo. Más allá de cumplir con las formalidades de oponerse a todo, Comunidad Ciudadana no parece tener un plan para el país.
La otra bancada es la de Creemos, que está ligada al liderazgo cruceño y a la Gobernación de Luis Fernando Camacho, que era el verdadero objetivo del ex cívico cuando se presentó candidato en 2020. Su estrategia pasa por oponerse a todo en todo momento y en cualquier situación, pero los cortafuegos ensayados por el MAS empiezan a dar frutos. El asunto del Censo con el que Camacho quiere hacer bandera le ha ganado cierta antipatía en el interior del país y, por supuesto, el vacío de todos los gobernadores y alcaldías, que no tienen ganas de confrontar.
Probablemente Camacho estaba ensayando una fórmula para explorar las vías secesionistas al estilo catalán, pero la contundencia del triunfo del MAS y la deficiente gestión de la Gobernación le ha hecho perder aliados de los poderosos en el agro cruceño reunido en la CAO.
Por otro lado, la crisis mundial y la debilidad institucional ha desactivado el otro frente opositor antes incluso de que se conformara: alcaldes y gobernadores no piensan en polémicas a estas alturas, ni siquiera con el tema del censo, y más bien apuestan por crear sinergias con el gobierno central que les permita acceder a financiamiento.
Queda poco más de un año para que la carrera electoral se dispare y, por el momento, volvemos a atravesar la vieja historia conocida.