Villancicos y propaganda: cómo Trump, Fidel o Hitler se apropiaron de la Navidad
¿Feliz Navidad o Felices Fiestas? La controversia demuestra que la Navidad, como otros eventos culturales, está politizada. De los nazis, Trump o Carlomagno instrumentalizando la Navidad, a Maduro adelantándola, pasando por cuando Fidel Castro canceló las fiestas en Cuba
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El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, sorprendió al mundo el 2 de septiembre cuando anunció que adelantaría la Navidad a octubre. Tomó la decisión horas después de que la Fiscalía ordenara detener al líder opositor, Edmundo González Urrutia. Con ello, quería mitigar la crisis política iniciada tras las elecciones presidenciales de julio, en las que declaró su victoria tras numerosas acusaciones de fraude.
No era la primera vez que adoptaba esta medida. En 2019, el Gobierno venezolano ya anticipó el inicio de las fiestas navideñas a noviembre para desviar la atención de la hiperinflación y la crisis institucional que asolaba el país, después de que el opositor Juan Guaidó se autoproclamara presidente interino en enero. Maduro repitió la jugada en 2020 y 2021, en plena crisis del coronavirus.
Maduro solo es el último ejemplo de una práctica recurrente: el uso político de la Navidad. Desde sus orígenes, los líderes políticos han utilizado esta fiesta para legitimar su poder y exacerbar las batallas ideológicas contra sus adversarios. Los países también han apelado a ella como instrumento de poder blando para impulsar su proyección internacional. Y es que, detrás de cada pugna por el mercadillo más antiguo o el origen del árbol de Navidad, se esconden un sinfín de disputas.
Una fiesta con raíces populistas
El uso político de la Navidad es casi tan antiguo como la propia fiesta. Se remonta al siglo IV, durante el papado de Liberio, que fijó el 25 de diciembre como día del nacimiento de Jesús. El pontífice quería vincular el rito cristiano a las festividades paganas celebradas en esa época del año. De esta manera, pretendía impulsar el cristianismo por el Imperio romano, después de que el emperador Constantino decretara la libertad religiosa en el año 313. La decisión de Liberio surtió efecto. El papa legitimó el cristianismo en la sociedad romana, al asociar su narrativa religiosa a las costumbres paganas populares. Al mismo tiempo, acercó a las masas el cristianismo, que terminó siendo la religión oficial de Roma.
La Navidad no se celebra al mismo tiempo en todo el mundo.
La difusión del cristianismo popularizó la Navidad por Europa. Con ello, la fiesta se transformó en una herramienta política. Durante la Edad Media, el mejor ejemplo fue Carlomagno, que se hizo coronar emperador por el papa León III el día de Navidad del año 800. Su coronación simbolizaba su rol de salvador de la cristiandad occidental frente al Imperio bizantino. Otro caso destacado fue Inglaterra, donde se estableció una fiesta de doce días para conmemorar el nacimiento de Jesús. La Navidad inglesa incluía obras de teatro, juergas y desfiles. Sin embargo, las fiestas más extravagantes las organizó el rey Enrique III, que llegó a organizar banquetes en los que se ofrecían hasta seiscientos bueyes. De este modo, el monarca buscaba exhibir su poder y fortalecer los lazos con sus súbditos.
La politización de la Navidad hizo que la fiesta se transformara en un terreno en disputa. Las fricciones fueron especialmente visibles tras la Reforma protestante en el siglo XVI. Algunos protestantes rechazaban la Navidad por su vinculación con el paganismo y la Iglesia católica. Tanto es así que, en 1647, los puritanos ingleses prohibieron la Navidad tras imponerse al rey Carlos I en la guerra civil. Esta prohibición se mantendría hasta 1660, y contribuyó a alimentar las tensiones sociales que desembocaron en la segunda guerra civil inglesa. Pese a ello, los puritanos ingleses replicarían esa prohibición en Estados Unidos durante el período colonial.
De los nazis a la URSS: la transformación de la Navidad
La Navidad experimentó un cambio importante a partir del siglo XIX. La Revolución industrial y la aparición del capitalismo redefinieron el sentido de la fiesta. Por un lado, la Navidad comenzó a relacionarse con los regalos, las reuniones familiares y el consumo, lo que sentó las bases del negocio actual. Por el otro, se distanció de su tradición religiosa. Esto hizo que la festividad se extendiera hasta países como Estados Unidos, donde había tenido un papel residual.
La globalización de la Navidad y el alejamiento de sus raíces religiosas favorecieron que otros países la adaptaran a sus objetivos políticos. Al mismo tiempo, el auge del nacionalismo a principios del siglo XX alimentaba el interés de estos Estados por usar la fiesta navideña con fines propagandísticos. Y ningún país explotó tanto la Navidad como la Alemania nazi.
Los nazis se apropiaron de la Navidad y la modificaron para difundir los valores nacionalsocialistas. Se cambiaron las letras de los villancicos para elogiar a Adolf Hitler y se sustituyeron las estrellas de los árboles navideños por emblemas nazis para evitar confusiones con la Estrella de David ―el símbolo de los judíos― y la estrella roja del comunismo. Pero sobre todo se desvinculó la Navidad de sus raíces cristianas, debido al problema que planteaban los orígenes judíos de Jesús. En su lugar, los nazis ligaron las celebraciones con la mitología germánica y el paganismo.
Pero la Alemania nazi no fue el único país que moldeó la Navidad a su gusto. La Unión Soviética abolió la fiesta en 1929 por sus posiciones antirreligiosas. Como la sociedad rusa seguía festejándola en la clandestinidad, el Kremlin acabó rescató las tradiciones navideñas en 1935 asociándolas a la celebración laica del Fin de Año. Con ello, Stalin pretendía incrementar su popularidad tras años de hambrunas y purgas. Entre esas tradiciones, destacó el árbol navideño, que antes Moscú había rechazado por ser una invención burguesa alemana. Los soviéticos lo adaptaron a su estética: se decoró con símbolos comunistas, como la estrella de cinco puntas y retratos de Lenin. Asimismo, Stalin recuperó la figura del Ded Moroz, o Abuelo Frío, la versión rusa de Santa Claus.
Otros regímenes comunistas como Cuba vivirían una situación parecida años más tarde. En 1969, Fidel Castro eliminó las fiestas navideñas y declaró laborable el día de Navidad. El motivo del régimen cubano era mandar al trabajo a los cubanos para lograr su “zafra de los diez millones”: una cosecha récord de caña de azúcar que demostraría la supremacía del modelo productivo cubano y que, sin embargo, no se consiguió. El castrismo prolongaría la suspensión de la Navidad hasta 1997, cuando se recuperó como gesto ante la Iglesia meses antes de la visita del papa Juan Pablo II a la isla.
Maduro, Zelenski o Trump: la política de la Navidad hoy
La Navidad ha seguido siendo un importante instrumento de disputas políticas en la actualidad. Uno de los casos más relevantes es Ucrania: en 2023, su presidente, Volodímir Zelenski, decretó la celebración de la Navidad católica el 25 de diciembre. Hasta entonces, el país festejaba la Navidad ortodoxa el 7 de enero, siguiendo el calendario juliano que usa la Iglesia ortodoxa. Con esta medida, Kiev pretendía romper sus vínculos con Rusia y con la jerarquía eclesiástica ortodoxa rusa, que ha respaldado la invasión de Ucrania.
Otro ejemplo es Corea del Sur. Los surcoreanos han usado la Navidad como arma propagandística contra Corea del Norte, donde está prohibida. Durante años, Seúl decoró como árbol navideño una torre de metal situada en la frontera, y la coronaba con una cruz gigante para que los norcoreanos pudieran verla desde su territorio. Las tensiones por la torre llegaron al punto de que Pionyang amenazó con derribarla con un misil. Finalmente, Corea del Sur demolió la torre en 2014, en un gesto de distensión.
La Navidad también se ha convertido en el último frente de la batalla cultural para la derecha radical. La ultraderecha ha reivindicado la fiesta como símbolo de la identidad cristiana de Occidente, y ha llamado a defenderla frente al ateísmo y el multiculturalismo. En Europa, figuras como Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, han abanderado esta idea. Los ultras focalizan sus ataques contra la izquierda por usar la expresión “felices fiestas” en lugar de “feliz Navidad”, ya que entienden que es una forma de omitir su carácter religioso. Incluso, se llegó a difundir la noticia falsa de que la Comisión Europea había recomendado que se felicitaran las fiestas de esta manera.
Pero nadie ha agitado más la guerra cultural en torno a la Navidad que Donald Trump. El presidente electo de Estados Unidos se ha erigido en protector de causas conservadoras como rechazo al aborto, la educación sexual en las escuelas o los derechos de las personas trans. En este marco, Trump ha apelado a la defensa de la Navidad como forma de preservar la identidad cristiana de Estados Unidos. Con ello, el líder republicano ha buscado fortalecer su respaldo entre los cristianos evangélicos y el electorado más conservador. Es solo la última prueba de que hasta una fiesta tan extendida y familiar como la Navidad puede politizarse.