Giorgia Meloni: la madre de la ultraderecha que quiere dominar Europa
Se define como “mujer, madre, italiana y cristiana”. Creó un sólido proyecto político que ahora le da la llave para influir en la UE



“Una mamá no puede dedicarse a un trabajo que requiere catorce horas al día”. Con estas polémicas declaraciones, el ex primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, menospreciaba la candidatura de una mujer embarazada a la alcaldía de Roma en 2016. Il Cavaliere se sentía legitimado para hacerlo. Aquella mujer, que había sido ministra de Juventud de su Gobierno entre 2008 y 2011, encabezaba una formación minoritaria llamada Hermanos de Italia. Por el contrario, Berlusconi seguía siendo el referente de la derecha italiana, a pesar de estar inhabilitado desde 2013 por fraude fiscal.
Sin embargo, la aseveración de Berlusconi no amedrentó a esta candidata, que no tardó en responder a las palabras del exjefe del Gobierno. “Le agradezco a Berlusconi la solidaridad, pero lo que Giorgia Meloni puede o no hacer lo decide ella misma”. El episodio reforzó la imagen pública de aquella mujer que aspiraba a dominar la política italiana. Por entonces, nadie podía presagiar que su partido se convertiría en la fuerza hegemónica de Italia. Pero Meloni, la actual primera ministra, siempre lo tuvo claro.
Una rebelde de la causa posfascista
La historia de Meloni es una historia de rebeldía. Nació en 1977 en Roma, en el seno de una familia de izquierdas. Su padre Francesco, ferviente comunista, abandonó a su mujer y a sus dos hijas cuando Giorgia era una niña. La ausencia de figura paterna marcaría la vida de Meloni, que se crió en el barrio obrero de la Garbatella junto a su madre y su hermana. Durante su adolescencia, Giorgia compaginó diversos trabajos con sus estudios para ayudar en casa. En esos años también comenzó su militancia política en el Frente de la Juventud, la organización juvenil del posfascista Movimiento Social Italiano (MSI).
Los inicios de Meloni en el posfascismo no fueron casualidad. Durante los años setenta y ochenta, el MSI se vendió como el partido de los excluidos por el sistema surgido tras la Segunda Guerra Mundial. El partido había sido fundado en 1946 por seguidores de la Italia fascista de Benito Mussolini. Su nombre recuerda al de la República Social Italiana, el Estado títere de la Alemania nazi que gobernó Mussolini en los años finales de la guerra. Sin embargo, ese recuerdo del fascismo marginó al MSI. Pese a sus intentos por integrarse en el sistema democrático, el partido quedó aislado durante la posguerra debido al consenso antifascista de las tres principales formaciones: la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el Partido Comunista.
Sin embargo, la trayectoria del MSI daría un vuelco radical en 1969. El nuevo liderazgo de Giorgio Almirante modificó la estrategia del posfascismo. Almirante aprovechó la posición marginal del MSI para articular una alternativa de derecha nacional frente a la Democracia Cristiana, la formación hegemónica de Italia, que estaba pactando cada vez más con los socialistas y los comunistas. Con Almirante, el MSI atrajo a la clase media-baja más conservadora del sur de Italia y a los jóvenes radicales que, como Meloni, se veían seducidos por ese discurso insumiso. Del mismo modo, el MSI creó un espacio político más amplio y modificó las coordenadas de la política italiana: contraponía el comunismo a la civilización. En plena Guerra Fría, aquel discurso no sólo mostraba al posfascismo como una fuerza legítima, sino deseable.
La militancia en las juventudes posfascistas y la influencia de Almirante definieron a Meloni. La primera ministra heredó varias ideas del líder del MSI. La primera es ese discurso de la civilización contra un enemigo externo. En la actualidad, el adversario de Hermanos de Italia ya no es el comunismo, sino el globalismo y sobre todo la inmigración musulmana. Así lo reflejó en unas declaraciones en diciembre, en las que afirmó que había “un problema de compatibilidad entre la cultura islámica y los valores y derechos de nuestra civilización”.
En segundo lugar, Meloni asume los pilares ideológicos del posfascismo: Dios, patria y familia. Replica los símbolos y lemas del MSI, como la llama tricolor de su logo o el eslogan “Nosotros podemos mirarte a los ojos”, que usó Almirante en la campaña electoral de 1987. Lejos de evocar estos elementos como si fueran algo antiguo, Meloni los presenta como un discurso alternativo a la izquierda. En este sentido, Hermanos de Italia no apela al pasado fascista, pero tampoco reniega de él. Incluso rescata sus viejos emblemas: en 2019, el partido organizó una cena para conmemorar la marcha sobre Roma, en la que Mussolini se hizo con el poder. En este evento, el menú incluía dibujos de fasces y la silueta del Duce. Meloni llegó a elogiar de joven a Mussolini, a quien calificó como “un buen político, el mejor de los últimos cincuenta años”.
Asimismo, la líder italiana enfatiza esa concepción del posfascismo como la corriente de los rebeldes y los descontentos con el sistema. Sin embargo, el gran legado que dejó Almirante en Meloni fue su visión estratégica. Durante su etapa como líder del MSI, Almirante priorizó la coherencia ideológica y los objetivos a largo plazo sobre el pragmatismo. Meloni tomaría nota de ello.
“Mujer, madre, italiana y cristiana”
El pensamiento político de Giorgia Meloni quedó cristalizado el 19 de octubre de 2019. Aquel día, pronunciaría en la plaza de San Juan de Roma el discurso que marcaría su carrera. “Soy Giorgia, soy mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana”, fueron las palabras con las que se definió la líder italiana. Su frase dio pie a un remix que se convirtió en uno de los éxitos musicales del año en Italia. Pero aquellas palabras no sólo se transformaron en un fenómeno viral. Con ellas, Meloni sintetizó las bases de su ideario.
El “soy Giorgia” representaba el liderazgo fuerte, independiente y personalista que ejercía Meloni en Hermanos de Italia. Encarnaba ese espíritu de rebeldía y autonomía que había mostrado con Berlusconi en 2016. Nadie, ni siquiera el hombre más poderoso de Italia, le diría lo que tenía que hacer. Siguiendo esta línea, Meloni reivindica el papel de la mujer en la sociedad italiana, focalizándose en las madres. Para ella, las madres y la familia tradicional son el eje vertebrador de la nación italiana. Pero no las relega al cuidado de la casa y los hijos: al igual que gestionan el hogar, para Meloni deben administrar el país.
Este discurso de la líder italiana plantea una batalla cultural al feminismo. En contraposición a la retórica feminista, Meloni sostiene que las mujeres ya están empoderadas y que pueden salir adelante por sus méritos, tal y como hicieron ella y su madre. Junto a esto, la primera ministra pone el foco en cuestiones transversales como la conciliación de la maternidad, y no tanto en temas más controvertidos como el aborto, al que ella se opone.
En tercer lugar, Meloni ensalza su propia italianidad. Su discurso nacionalista ilustra su concepción sobre lo que representa la nación italiana. Según Meloni, Italia es la familia “natural”, no la “ideología de género” o el “lobby LGTBIQ+”. Es el pilar de la civilización cristiana occidental, no el centro de la inmigración musulmana a Europa. Y por supuesto, es un Estado soberano, no una parte intrascendente de una organización supranacional. En esta línea, Hermanos de Italia defiende un modelo de Unión Europea más soberanista, una especie de Europa de naciones donde los Estados tengan más peso en las decisiones.
Finalmente, la líder posfascista defiende la herencia cristiana de Italia frente a sus enemigos extranjeros, en especial la inmigración musulmana. Esa apelación a la cristiandad no significa que Hermanos de Italia sostenga los postulados de la Iglesia católica, sino que busca contraponer el sistema de valores de Occidente frente al islam. Esta idea determina la cosmovisión de Meloni sobre el lugar de Italia en el mundo. Para ella, el Estado italiano es un país europeo y occidental, de manera que sus aliados naturales son Estados Unidos, la Unión Europea e Israel. Por eso Hermanos de Italia respalda la permanencia de Italia en la UE y en la OTAN, así como el apoyo a Ucrania. Esto le diferencia de Berlusconi y de otras formaciones ultraderechistas como la Liga de Matteo Salvini, conocida por su cercanía a Rusia.
Meloni, un producto del caos y de Berlusconi
La irrupción de Giorgia Meloni es producto del caos político en la Italia de las últimas tres décadas. Su militancia en las juventudes posfascistas se produjo en un momento muy convulso. A principios de los años noventa, el proceso judicial Mani pulite (‘Manos limpias’) se llevó por delante a los principales partidos de la democracia italiana. La desaparición de la Democracia Cristiana dejó un vacío en el centroderecha que varias formaciones intentaron ocupar. Una de esas fue la Alianza Nacional, surgida en 1993 como una refundación del MSI. Su nuevo líder, Gianfranco Fini, abandonó los fundamentos ideológicos del posfascismo e intentó girar hacia el centro para dominar el centroderecha.
En un principio, la estrategia de Fini tuvo éxito. En las elecciones de 1994, la Alianza Nacional batió los registros del MSI y sacó cinco millones de votos, lo que le permitiría entrar en la coalición de Gobierno. Con Fini, la derecha posfascista lograba normalizarse e incluso formar parte del Ejecutivo. Sin embargo, la Alianza Nacional no cumplió con su propósito de liderar el centroderecha. Sus aspiraciones se vieron truncadas por la aparición del principal magnate mediático del país: Silvio Berlusconi. Il Cavaliere fue una figura decisiva en la carrera política de Meloni. Fue el primero que planteó la idea de unir a las formaciones de derecha en una misma coalición. Gracias a él, la derecha posfascista de la Alianza Nacional y la derecha federalista de la Liga Norte —el partido que hoy lidera Salvini— entraron en las instituciones.
Berlusconi permitió que Meloni entrara en el Gobierno en 2008 y empezara a alcanzar posiciones de poder. Sin embargo, ella no comulgaba con la estrategia centrista de Fini, al que veía como un traidor a la ideología de Almirante. La gota que colmó el vaso llegó después de que Berlusconi fundara en 2008 un nuevo partido: el Pueblo de la Libertad, que pretendía aglutinar todo el centroderecha. La decisión de Fini de integrarse en esa formación permitió que Il Cavaliere absorbiera el posfascismo. Ante esta situación, Meloni y otros miembros de la Alianza Nacional crearon en 2012 su propio partido: Hermanos de Italia.
De la irrelevancia al poder
Hermanos de Italia tenía el difícil desafío de reconstruir la derecha posfascista italiana. Sus primeras elecciones en 2013 no aventuraban un futuro halagüeño. Berlusconi mantenía el liderazgo de la derecha y el voto protesta lo capitalizaba una nueva organización populista: el Movimiento Cinco Estrellas (M5S). Como resultado, Hermanos de Italia apenas alcanzó el 2% de los votos. La derecha posfascista regresaba de nuevo a una posición residual. Sin embargo, ese lugar marginal permitió que Meloni pudiera recuperar las recetas políticas de Almirante.
Desde entonces, Hermanos de Italia comenzó a ascender. En 2018 duplicó su porcentaje de votos, aunque seguía manteniéndose como la fuerza minoritaria de la derecha. Sin embargo, un cambio importante agitó a ese espacio político: por primera vez desde 1994, Berlusconi ya no encabezaba la coalición derechista. Su lugar lo había ocupado la Liga de Matteo Salvini. El declive del ex primer ministro le dejaba a Hermanos de Italia un terreno en el que crecer.
Meloni primero rechazó entrar en el Gobierno de coalición nacionalpopulista que formaron la Liga y el M5S. La líder posfascista sabía las contradicciones ideológicas que le provocaría una alianza con el segundo. Además, no quería desgastarse en un gabinete donde los focos se los llevaría Salvini, que controlaría el Ministerio del Interior y la gestión de la inmigración. De nuevo, Meloni pensó que era mejor esperar, y la decisión fue un éxito. Las disputas entre la Liga y el M5S provocaron que, en agosto de 2019, Salvini dinamitara la coalición. Su objetivo era provocar un adelanto electoral, ya que las encuestas le daban un 36%, y así hacerse con el control del Ejecutivo. Sin embargo, su movimiento no funcionó. El M5S tomó se alió con el Partido Democrático y otras formaciones de izquierda para crear un nuevo Gobierno.
Aquel error sentenció a Salvini y espoleó a Meloni. Frente a los vaivenes del líder de la Liga, la presidenta de Hermanos de Italia se mostró como una candidata seria y coherente, que no anteponía sus intereses partidistas a los del país. De este modo, la derecha posfascista fue concentrando el apoyo de los votantes de derechas. Al mismo tiempo, Meloni empezó a canalizar el voto protesta que había abanderado el M5S. Este fenómeno se aceleró después de que, en febrero de 2021, casi todos los partidos italianos se unieran en un nuevo Gobierno encabezado por un tecnócrata: Mario Draghi. El Ejecutivo liderado por el expresidente del Banco Central Europeo buscaba gestionar la crisis política y económica provocada por la pandemia.
Sin embargo, Hermanos de Italia volvió a quedarse fuera del gabinete. La formación de Meloni fue la única de la pasada legislatura que no entró en ningún Gobierno, lo que la liberó de cualquier atribución de responsabilidades. De igual manera, su condición de único partido de la oposición le permitía encarnar la voz de los desafectos, ya que el M5S se había transformado en un partido convencional. A ello se sumaba la debilidad de la izquierda, incapaz de competir entre el electorado de clase media-baja y los obreros con menos formación académica. Esa base de votantes, que había representado el núcleo electoral de socialistas y comunistas tras la Segunda Guerra Mundial, ahora oscilaba entre el populismo y el posfascismo.
El resultado de todas estas tendencias se vio en las últimas elecciones. En septiembre de 2022, Hermanos de Italia se convirtió en la primera fuerza política del país con el 26% de los votos. La mayoría de sus nuevos electores procedieron de la Liga y de Forza Italia, el partido de Berlusconi. Además, uno de cada cuatro se había decantado por el M5S en 2018. Meloni había apostado durante diez años por crear una derecha nacional sólida y esperar a que la inestabilidad política hiciera el resto. Esta vez, la estrategia a largo plazo de Almirante por fin daba sus frutos.
El éxito de Meloni: un desafío para el futuro de la UE
El auge de Giorgia Meloni también refleja el ascenso de la ultraderecha en toda Europa. No obstante, la primera ministra italiana se ha convertido en el modelo a seguir para el resto de partidos ultraderechistas en el continente. Y es que Meloni no sólo ha sabido conquistar al electorado de su país. Desde su llegada al poder, también está ganando peso en Bruselas, ahora sí gracias a un mayor pragmatismo. Meloni se ha mostrado como una aliada sólida para la UE, Estados Unidos y Ucrania, al tiempo que ha cultivado buenas relaciones con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
La expectativa de que los grupos de ultraderecha crezcan en las próximas elecciones europeas ha hecho que Meloni sea una de las figuras políticas más cotizadas. Tanto es así que Von der Leyen, candidata del Partido Popular Europeo (PPE) a la presidencia de la Comisión, expresó su intención de colaborar con la ultraderecha en una futura legislatura. Incluso otras voces dentro del PPE han abogado por incluir a Hermanos de Italia dentro del grupo de centroderecha. A día de hoy, la líder italiana es la presidenta del Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR, por sus siglas en inglés) en el Parlamento Europeo. Frente al europeismo del PPE, esta alianza ultraderechista promueve un euroescepticismo suave, en el que destaca su defensa de una UE más nacionalista.
Meloni también ha sido tentada por Marine Le Pen. La líder de la ultraderecha francesa le ha ofrecido formar un grupo unido de ultraderecha encabezado por Hermanos de Italia y su partido, la Agrupación Nacional. Actualmente, Le Pen es la cabeza visible de Identidad y Democracia (ID), el otro grupo ultraderechista en la Eurocámara. A diferencia del ECR, ID es más euroescéptico, populista y radical que los conservadores. Además, sus integrantes son más cercanos a Rusia. Entre ellos, la Liga de Salvini.
De producirse esta unificación, la ultraderecha se convertiría en la segunda fuerza del Parlamento Europeo. Las diferencias entre los grupos ultraderechistas dificultan la operación que propone Le Pen, pero el crecimiento de estas formaciones parece incuestionable. De hecho, el escenario más probable es que por primera vez haya una mayoría de eurodiputados derechistas en el Parlamento Europeo. Ese crecimiento le dará a Meloni la posibilidad de condicionar los nombramientos de los principales cargos. Ante esta situación, el PPE se verá tentado a negociar y pactar con el ECR.
El diálogo entre el centroderecha y parte de la ultraderecha tendrá importantes repercusiones para el proyecto europeo. Por un lado, erosionará la gran coalición entre democristianos, socialdemócratas y liberales que ha liderado históricamente la Unión. Por el otro, determinará las políticas europeas en temas como el cambio climático, seguridad e inmigración. Pero sin duda, la gran consecuencia será el debilitamiento de la integración europea. Además, justo en un momento donde la Unión necesita abordar desafíos como la relación comercial con China, la transición energética, la ampliación del mercado común o el desarrollo de una política común de defensa.
En cualquier caso, la creciente influencia de Meloni reforzará la derechización de Europa y la normalización de la ultraderecha, cada vez más presente en los Gobiernos europeos. La derecha tradicional ya ha demostrado en los últimos años que no tiene problema en pactar con los más radicales. Sin embargo, una alianza a escala europea podría convencer a muchos líderes de centroderecha de replicar esos acuerdos en sus respectivos países. Con todo ello, la UE caminará hacia un futuro más soberanista, en el que los Estados miembros prioricen sus propios intereses nacionales y abandonen el enfoque común adoptado durante esta legislatura. Ese puede ser el gran legado de Meloni.