Jordania, un país entre dos fuegos
El régimen sufre para respetar los compromisos con Israel y EE.UU sin que se desborde el descontento de su enorme población de origen palestino
Si una persona no puede escoger dónde nace y quiénes son sus padres, a un país, nación o Estado le ocurre lo mismo con su ADN cultural, geográfico y geopolítico. Algunos están consolidados a lo largo de siglos de historia, a otros se les niega o cuestiona la identidad, algunos son dibujados en el mapa (en palabras de Churchill) de manera un tanto aleatoria, por funcionarios aburridos en una tarde cualquiera de invierno. Como Sykes y Picot, que se encargaron de repartir entre Francia e Inglaterra el antiguo imperio otomano tras el final de la I Guerra Mundial.
Jordania es un país pequeño (once millones de habitantes) y vulnerable, de recursos limitados (turismo, yacimientos de potasio y fosfato, algo de agricultura, algo de industria), con un 22% de desempleo y en una ubicación explosiva. Tiene vecinos complicados como Siria, Irak y Arabia Saudí, y es el que comparte una mayor frontera con Israel, enemigo en cuatro guerras, y que tras la de los Seis Días le arrebató un pedazo importante (Cisjordania), provocando una enorme diáspora de refugiados palestinos. Tras la invasión de Kuwait por Sadam Husein hace más de treinta años, los misiles Scud iraquíes atravesaban su espacio aéreo camino de Jerusalén. Hace ocho días lo hicieron los drones iraníes. Nunca puede respirar en paz.
Los Hermanos Musulmanes explotan el creciente enfado por la contemporización con Israel y la economía
Su demografía y su política exterior son una bomba, que en coyunturas como la actual (guerra de Gaza, intercambio de ataques entre Irán e Israel) parece que pueda explotar en cualquier momento. Acoge alrededor de tres millones de refugiados palestinos (más que la población gazatí), llegados en diversas oleadas desde 1948 hasta ahora, con derechos diferentes según su procedencia, algunos con nacionalidad jordana y otros no. Están repartidos en una decena de campamentos que en realidad son suburbios de Ammán, barriadas o ciudades en sí mismas, deslavazadas como las de Oriente Medio, con sus comercios, barberías, restaurantes, escuelas y hospitales.
Pero aparte de los refugiados, un par de millones más de jordanos (ricos y pobres) son de origen palestino y crean un bloque que representa la mitad de la población de un país que desde 1994 reconoce y está en paz con Israel, y es aliado de Washington, que le da mil millones de dólares anuales en ayuda económica y militar.
Todo ello obliga al rey Abdalah (cuyo abuelo del mismo nombre fue asesinado en 1951 en la mezquita de Al Aqsa de Jerusalén por un palestino furioso por su supuesto acuerdo con Israel para la división del territorio) a hacer difíciles malabarismos para que el equilibrio no salte por los aires. Por un lado critica muy duramente la guerra de Gaza, denuncia un genocidio, pide un alto el fuego y una solución basada en los dos estados, y ha anunciado la cancelación de un polémico acuerdo de intercambio de energía por agua con Israel. Por otro, permite enclaves militares estadounidenses (como la llamada Torre 22 en el nordeste del país) y participó en el derribo de drones iraníes (para gran satisfacción de Tel Aviv), aunque fuera diciendo que lo habría hecho cualquiera que hubiese sido su origen, porque no se trataba de ayudar a nadie sino de defender el territorio y la soberanía nacional (en barrios de Ammán como Marj al Haman se han rellenado ya los socavones dejados por los misiles en el asfalto).
Navegar esas aguas pantanosas le está resultando muy difícil al régimen, que ha liberalizado la economía, pero es objeto de críticas por cuestiones de nepotismo y gobernanza. Como en todas partes, la población se queja de malos servicios, precios e impuestos muy altos. Desde hace meses, centenares de personas se manifiestan después de la oración de los viernes ante las embajadas de Israel y Estados Unidos con gritos como “Muerte a América”, “Abrid las fronteras” o “Estamos con Gaza”. La policía antidisturbios no se anda con chiquitas, lanza gases lacrimógenos y ha procedido a más de un millar de detenciones.
Detrás de las manifestaciones, el régimen –necesitado de la lealtad del ejército y los servicios de inteligencia– ve la mano de los Hermanos Musulmanes, que son la principal oposición y están capitalizando el disgusto por lo que muchísimos consideran una actitud demasiado condescendiente hacia Israel, tras el derribo de los drones iraníes (es el único país árabe que participó en la operación, junto a EE.UU., Francia e Inglaterra), y la prohibición sin contemplaciones de protestas en la zona fronteriza con Cisjordania. También por el impacto del conflicto sobre el turismo (atracciones como Petra y Gerasa están medio vacías) y la falta de trabajo para los jóvenes. Los precios no son ninguna bicoca.
El rey Husein fue un prestidigitador que estuvo 46 años en el trono, al que Occidente consideró su amigo y los palestinos respetaron. Su hijo Abdalah se enfrenta a un reto similar. Hay países como Jordania que parecen nacidos del sueño de ese dios borracho del poema de Heine, que se escapa del banquete divino para dormir la curda en una estrella solitaria, sin saber que crea todo cuando sueña... O de imperios coloniales que se comportan como dioses.