La luz de Francisco

Ver las cosas en perspectiva reduce la ansiedad, pero es necesario que el mundo occidental clásico tenga vigente una referencia que ayude a alumbrar el camino

La muerte del pasado lunes de madrugada del papa Francisco sigue concentrando toda la atención. La Iglesia Católica y su doctrina ha sido fundamental en la formación de la cultura occidental y sus rituales siguen gozando de mucha popularidad en el planeta, con millones de fieles dispuestos a seguir sus disposiciones.

Con su cuerpo ya enterrado tras unas ceremonias mucho más austeras de lo habitual, en línea con sus planteamientos y deseos para la Iglesia que ha defendido desde el primer día que llegó al trono de San Pedro, las congregaciones generales ya están en marcha, y en esas, tanto el plano político como el comunicacional van a resultar clave.

La dinámica es conocida, aunque siempre tiene matices. Las reuniones previas al cónclave reúne a todos los cardenales y en las mismas, se van haciendo las observaciones que cada cual considera respecto al estado actual de la Iglesia, los desafíos que se vienen por delante y las cualidades que debería tener el futuro Papa para guiar a la Iglesia en ese camino.

Es evidente que Francisco fue una luz después de la larga enfermedad de Juan Pablo II, que mostró una Iglesia vulnerable pero resistente, y el papado del cardenal Ratzinger, un teólogo sin carisma que se quedó paralizado a la hora de enfrentar los desafíos tangibles de la Iglesia, como la pedofilia y lo opaco de sus finanzas.

Francisco encajó en el nuevo escenario político comunicacional y lo dominó para llevar sus mensajes de amor y acción por encima de críticas y cuestionamientos. Supo ser efectista cuando le tocó, pero también muy claro en sus planteamientos. La opción por los pobres, la crítica al capitalismo y la condena radical a las guerras fueron pilares de su gestión junto a la defensa del medio ambiente. Francisco no consideraba la existencia de “varias crisis”, sino de una crisis compuesta por muchas causas que se interconectaban y denunció como pocos la injusticia económica, su vertiente moral… y claro, se granjeó muchos enemigos en un mundo dominado por las redes y los miedos irracionales, por poderes económicos amenazados por la propia globalización que ellos alimentaron y donde el egoísmo personal se confunde con “libertad”.

Los cardenales decidirán cuando empiece el Cónclave, de aquí a dos semanas como máximo quien tiene el perfil ideal para este tiempo que viene, eso es exactamente lo que se discute estos días.

Francisco hablaba claro, pero nunca se sintió divinidad; como buen argentino hizo sus movimientos tácticos y políticos, pateó puertas y removió conciencias. Moldeó la Iglesia – lo que se puede moldear una institución de 2000 años en 13 – para volver a las raíces, al servicio a los más pobres y a la denuncia de las injusticias. Obviamente colocó a los cardenales que él quiso, y que son mayoría, pero las presiones son grandes, hay múltiples intereses y no deja de ser una apuesta de riesgo en un tiempo en el que todo parece apocalíptico y fugaz.

La Iglesia tiene sus tiempos y 2000 años de vigencia, con tiempos mejores y tiempos peores. Ver las cosas en perspectiva reduce la ansiedad, pero es necesario que el mundo occidental clásico tenga vigente una referencia que ayude a alumbrar el camino. Francisco lo intentó hasta el final.


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