Universidad pública boliviana, la revolución pendiente
La politización de la universidad en Bolivia es netamente partidaria, sin debate filosófico y sin priorizar planteamientos, sino únicamente pragmatismo
La semana pasada la vecina Argentina salió a las calles de forma masiva para defender la Universidad Pública, uno de los grandes patrimonios del Estado construido a lo largo de la historia tanto por peronistas como radicales y el resto de partidos, que la siguen defendiendo con saña frente a un gobierno, el de Javier Milei, que cree es el momento de imponer un nuevo modelo que básicamente es viejo: un modelo de universidad privada.
El reclamo en las calles se encendió a raíz del veto anunciado y finalmente ejecutado por el presidente sobre una Ley de financiamiento que garantizaba la reposición salarial y otras medidas para evitar que la Universidad Pública en todo el país pierda competitividad, sin embargo, el gobierno decidió mostrarse inflexible en su mantra rumbo al déficit cero.
En el choque, el gobierno de Milei acusa a los movilizados de únicamente defender los sueldos de una casta privilegiada, como consideran a los profesores universitarios. Por debajo la maquinaria de fango enmarca la universidad pública como un nido de marxistas. Mientras, los movilizados exponen cifras y datos y también éxitos, la universidad y su política de becas se ha convertido en el verdadero ascensor social en el vecino país en los últimos cincuenta años y la excelencia le permite a la Argentina competir con las grandes universidades del mismo. Es sin duda una pelea de fondo, ideológica, en la que los dos modelos de ver el mundo confrontan en lo concreto: una universidad que promueve talentos sin mirar el bolsillo y una universidad para quienes la pueden pagar.
La épica de la batalla y los propios discursos hilados hacen que desde este lado sigamos el pulso con cierta envidia. En Bolivia hace tiempo que el debate se rompió, que las universidades privadas han ganado terreno y son apuesta prioritaria para las familias a pocos recursos que puedan reservar para ello. Por el contrario, la Universidad Pública, también suele emprender cada final de gestión sus propias batallas por financiación, que suelen acabar resultando en un mercadeo con el Gobierno de turno.
La politización de la universidad en Bolivia es netamente partidaria, sin debate filosófico y sin priorizar planteamientos, sino únicamente pragmatismo. Los beneficios personales se anteponen y el mercadeo entra en esa disputa: las campañas electorales son una lágrima vergonzante.
Una de las grandes batallas perdidas del MAS ha sido en el terreno ideológico y las universidades son uno de los más claros ejemplos. Más allá de haber cooptado a una buena cantidad de rectores para engrosar sus filas, las universidades no han engendrado ningún cambio de mentalidad en una sociedad rendida al capitalismo más salvaje – 80% de informalidad – en la que nunca han calado los discursos del Gobierno.
La diferencia mayor, en cualquier caso, es la escasa exigencia de la población universitaria sobre la calidad de sus estudios, y esto, causa de nuestro atraso endémico. La universidad necesita reformas de fondo y mucha ambición, creer que de verdad se puede lograr un cambio y un desarrollo desde un ámbito académico que trabaje en contacto con las necesidades del país.
Ojalá la revolución que está viviendo la Argentina en esta materia sirva de inspiración para nuestros jóvenes, que no solo deberían optar a un cartón, sino a obtener el conocimiento suficiente para comerse el mundo.