Fuego
A los factores obvios de destrucción que buscan recalificar suelo hay que añadir un gobierno desesperado por encontrar dólares
Las lluvias tardan en llegar y de momento son apenas muy localizadas, esto implica que la Amazonía sigue ardiendo como nunca antes, la brasilera, la peruana, la ecuatoriana y también la boliviana. En Bolivia se estiman 10 millones de hectáreas calcinadas que hacen de ello un récord trágico nacional.
Las causas están plenamente identificadas, pero tal vez no bien ordenadas, y no faltan quien utiliza esta confusión y esta catástrofe para buscar rédito político. Movilizarse contra una pausa ambiental – que implica no recalificar las tierras víctimas de los incendios – exigiendo un derecho a chaquear, evidencia cierta manipulación de las bases campesinas, probablemente con intereses opacos.
Las causas de los incendios en la Amazonía se encuentran lejos, pero cerca: el desarrollo mundial sigue avanzando y cada vez más población alcanza mejores niveles de vida que le permiten comer más. Tal vez no cinco veces al día pero sí tres, lo que es un hito para 8.000 millones de persones que actualmente habitamos la tierra, que es el doble de hace cincuenta años.
Que más gente coma tres veces al día es una buena noticia, porque además alimentarlos a todos implica más fuentes de trabajo y más producción. En esa titánica tarea hay quienes velan por la alimentación más sana, otros por la más completa, y otros por evitar que en occidente se tire más comida al contenedor en un día de lo que se come en África en una semana. Las grandes distribuidoras de alimentos hace tiempo que controlan cada milímetro de la cadena productiva, desde la semilla hasta el supermercado, y que hacen negocio en todos y cada uno de estos procesos.
Obviamente es política mundial mejorar la productividad, pero sobre todo se apuesta por incorporar más tierra para producir. Los políticos le dicen “ampliar la frontera agrícola” y es un eufemismo para aceptar que suelos ricos en biodiversidad se conviertan en enormes campos de soya transgénica o maíz. Todo el mundo sabe que la forma más rápida de lograr esa transformación exprés es si todo es pasto de las llamas.
Tampoco es correcto en este caso echarle toda la culpa “al mundo”, porque al final es como no echársela a nadie. A los factores obvios de destrucción hay que añadir un gobierno desesperado por encontrar dólares abriendo todas las compuertas para la exportación y deseoso de reducir la dependencia del combustible de importación y por ende, incentivando al máximo el negocio del biodiésel. El caso tal vez de menor incidencia sería el del empeño en mantener el chaqueo como medida dentro del ciclo productivo cuando varios estudios vienen demostrando que a la larga no cumple con su objetivo y que existen otros métodos que permiten una mejor oxigenación de la tierra.
Como fuere, el gobierno y sus acólitos, el ejército y las fuerzas policiales, deben encontrar las maneras de acabar con este suicidio soberano y ambiental. No basta con esperar a que llueva, se trata de tomar medidas.