Los incendios y el comer tres veces al día

El incremento de la demanda de alimentos y el temor a la inflación ha empujado las inversiones en la gran producción industrial, que no se detiene ante nada

En medio de la vorágine política, los incendios siguen consumiendo al país, y el hecho de que se hayan registrado algunas lluvias en algunos lugares no es ni mucho menos un motivo de desahogo, al contrario. El problema es muy serio como para dejarlo en manos de la suerte o la oración, y al mismo tiempo, la impotencia se hace más grande.

Los bomberos acuden a las zonas ardiendo con la misión de proteger a las personas y evitar daños materiales si es posible, pero el desastre ambiental es casi imparable, y lo será con uno, con diez o con ciento cincuenta hidroaviones, porque más allá del populismo que emplean unos y otros a la hora de referirse a las aeronaves, el volumen de líquido que puede arrojar no deja de ser una miseria al lado de la dimensión de la catástrofe.

El domingo salvaron la vida de milagro dos brigadas de bomberos comunales y voluntarios en Monte Verde (Santa Cruz), pero el riesgo es común y continuo en todos los incendios desatados en el país. Todos los esfuerzos son pocos y sin embargo, no dejan de estar ahí, algo que es por demás loable. Que estén ahí y asuman el compromiso y todo el riesgo de luchar por la tierra de su país es honorable y el sacrificio es admirable, algo que contrasta demasiado con aquellos que tienen la obligación de cuidarla con lo que corresponde: la Gaceta Oficial del Estado, pero no lo hacen.

En unas semanas más llegarán las lluvias y el sadismo incendiario volverá a ser un tema cerrado en falso, hasta el siguiente año, y en esto unos y otros son la misma cosa, salvo algún que otro parlamentario que es la nota discordante y algún que otro que hace populismo cuando sabe que los números están claros.

La crisis de alimentos es mundial, el incremento de la población es lenta, pero incesante. Las proyecciones hablan de llegar a los 10.000 millones en 2080. Además, se estima que muchos de los que vendrán y muchos de los 8.000 que somos hoy aumentarán su nivel de vida, algo que se traduce en comer tres veces al día. Este incremento de la demanda alimentaria implica poner más tierra a producir más alimentos: aumentar el territorio disponible, la productividad de cada parcela y la capacidad nutricional se ha convertido en pesadilla de los gobiernos, que le temen tanto a la desnutrición como a la inflación.

El esquema ha causado euforia entre los productores, pero las consecuencias las pagan los ciudadanos de los países menos favorecidos, que es precisamente donde se produce ese alimento básico para dar de comer al mundo: poner más tierra a disposición, o “ampliar la frontera agrícola”, como dicen eufemísticamente todos los políticos en sus programas electorales, también los que luego lamentan y condenan las “leyes incendiarias”.

La crisis de dólares ha llevado al gobierno a autorizar la libre exportación de granos y todo producto agrario y a sondear programas de biodiésel aún más rentables, todo concretado además con la consolidación del uso de semillas transgénicas en el país, donde solo quedan un par de fronteras por derribar. Se trata, por tanto, de la tormenta perfecta, una tormenta que en ningún caso se podrá aplacar con “sanciones más duras a quienes incendian” o “patrullando las zonas vulnerables”, en todos los casos, la dimensión del territorio vulnerable lo hace inviable.

Lo que sí es, es tiempo de valientes, pero no de la valentía de los soldados y bomberos, que sin duda son lo mejor de este país, sino de los gestores de la cosa pública y de los legisladores representantes del pueblo, que de una u otra manera deben poner en orden las ambiciones de desarrollo sin afectar la salud pública y sin liquidar el patrimonio natural, que sin duda es uno de nuestros mejores valores a futuro.

Esperar a que llueva y olvidarse no es valentía.


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