La marcha y el absurdo

El MAS coquetea con su ruptura total a meses de elecciones por el empeño en impedir cualquier participación de Morales en las mismas

Convengamos que una marcha no salva nada, salvo que sea un éxodo que parte de A – lugar de riesgo – a B – lugar seguro -, y entonces quedan a salvo los marchantes o bien el sujeto u objeto que transportan, que no es el caso de lo que protagoniza estos días el ala evista del Movimiento Al Socialismo (MAS).

Convengamos que tampoco cambia nada. En los 80 o 90 podía ser un elemento poderoso para visibilizar demandas, pero las mismas debían ser recogidas por las estructuras partidarias, convertirlas en políticas públicas, ganar los apoyos pertinentes y ahí sí, lograr el cambio pretendido.

La clave de entonces era tener un pliego petitorio claro: “abajo la dictadura”, “Techo, tierra y trabajo”, “Constituyente” o cualquiera, y sobre todo, ser muchos. La política de hoy ha cambiado mucho en las formas, porque todo el mundo tiene acceso a las fuentes y los documentos y además, todo el mundo puede captar imágenes para dimensionar la fortaleza. A partir de ahí las redes machacan en uno u otro sentido y el algoritmo hace el resto. Hacer política de los 80 en el 2024 tiene muchos riesgos.

La marcha liderada por el expresidente Evo Morales y su grupo no tiene en realidad una agenda económica alternativa a la aplicada por el presidente Luis Arce, ni siquiera un plan de choque urgente distinto ahora que todo el MAS ha coincidido en que, en su criterio, es necesario levantar la subvención a los combustibles o liberar las exportaciones, dos temas que antes se defendían como piedra angular del modelo tanto por unos como por los otros.

Lo que sí tiene es una demanda de fe entremezclada con la nostalgia del retorno al “tiempo feliz”, y un calendario de urgencias con múltiples escollos, como la elección del Fiscal General o la renovación de las presidencias de las Cámaras, pero que concluye en la habilitación de Morales como candidato para las elecciones de 2025.

Cualquiera que lo mire con distancia puede apreciar fácilmente lo absurdo de este enfrentamiento que ya está costando sangre y rencor entre bolivianos: el Movimiento Al Socialismo está a punto de quebrar sin que nadie pueda dar una razón de fondo que justifique la necesidad de la división del movimiento que ha firmado los años de mayor estabilidad y crecimiento del país en los últimos 100 años de acuerdo a los datos objetivos y digan lo que digan los críticos. Las opciones de ganar partidos en dos son escasas, y las posibilidades de que quien gane el pulso interno acabe llevándose irremediablemente todo el voto del sector nacional popular ante la ausencia total de alternativa se complica a medida que crece la violencia y se alimenta el odio y el rencor.

Aunque los argumentos no están sobre la mesa, seguramente el MAS sí necesitaba tener esta discusión: 20 años de gobierno son demasiados para cualquiera y es necesario trazarse nuevos horizontes y objetivos que ordenen la acción. Se trataba de sostener la revolución, y sin embargo, el haber perdido sus mecanismos democráticos internos y haber negado los que la institucionalidad ofrecía, como las primarias internas, han llevado a esta situación donde se impone la violencia y pierde, siempre, el país.

Bolivia ha cambiado, y aunque la negociación y el pacto ya no sirve, todavía hay tiempo para dar un paso atrás y resolver las cosas por la vía democrática. Si el MAS quiere tener opciones de ganar, debería resolverlo antes como una organización privada que es; si no, se debería permitir el acceso a las papeletas y a ser elegido a todo aquel que lo requiera, y esto sirve como criterio general, para Evo Morales, para Branko Marinkovic o para Mario Cossío, pero más si además cumple la Constitución.

Lo que no es viable es que la pelea de dos gallos por la sigla de su partido erogue gastos públicos, nos ponga en riesgo económico internacional, manche el nombre del país y sobre todo, haga derramar sangre boliviana.

Es tiempo de decir basta.


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