Juan Lanchipa, el gris
Seguramente un hombre con más afán de protagonismo hubiera acabado empujando este país por el precipicio en esos años peligrosos en los que vivimos
Hasta el 23 de octubre, si todo marcha según los planes trazados por la Asamblea Legislativa Plurinacional, algo que es ciertamente difícil que suceda, se habrá posesionado a un nuevo Fiscal General del Estado y con él, se habrá puesto fin al mandato de Fausto Juan Lanchipa Ponce, más conocido como Juan Lanchipa.
Lanchipa llegó al poder como un funcionario gris de segunda línea del masismo al que no se le conocían ni gestas, ni escándalos, ni todo lo contrario. Un hombre que había pasado sin pena ni gloria por el Tribunal Constitucional y el Tribunal Departamental de Justicia. Un hombre con poco pasado político y sin carisma. La oposición fue durísima en su posesión, describiéndolo como el enésimo tentáculo del poderoso ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, que en 2018 ya había puesto el foco en la reelección de Evo y en una campaña que iba a ser de todo menos un camino de rosas, y es que el listón dejado en ese sentido por su antecesor, Ramiro Guerrero, estaba muy alto.
A estas alturas es casi normal que un Fiscal General sea odiado por casi todos los políticos de primera línea y reclamado en sus funciones por todos los frentes
Así, sentenciado desde el minuto 1, Lanchipa se dedicó a administrar los tiempos en las causas más grandes y a gestionar cambios en los Ministerios Públicos departamentales, donde por cierto bajó el nivel exposición y excentricidad. Fiscales que habían tenido carreras fulgurantes, como Gilbert Muñoz en Tarija o Edwin Blanco fueron progresivamente apartados hacia planos menos visibles.
Es verdad que nunca avanzaron causas grandes ni sobre corrupción ni sobre narcotráfico, donde las actuaciones apenas se concentran en la Policía, y es verdad que se perdió en causas del pasado, como los asuntos de Quiborax, con un claro interés político, pero también es verdad que su rol expectante y silencioso fue clave en las protestas de 2019 que acabaron tumbando a Evo Morales, en la gestión de Jeanine Áñez, en el posterior retorno del Movimiento Al Socialismo al poder e incluso en el asentamiento de Arce.
A estas alturas es casi normal que un Fiscal General sea odiado por casi todos los políticos de primera línea y reclamado en sus funciones por todos los frentes, pero lo cierto es que más allá de su pragmatismo impuesto para la supervivencia, la mesura en la gestión de los revanchismos ha sido clave para restañar heridas y, al menos, tratar de rencaminar la supervivencia.
Unos y otros le reclaman por haber guardado silencio ante el poder, y es verdad que no actuó ante el desconocimiento de los resultados del 21F, pero tampoco movilizó recursos contra las protestas populares en octubre de 2019 ni después; es verdad que convivió con Áñez y que aquel gobierno ni siquiera se esforzó en desentrañar las causas de probable corrupción sino que más bien, se las apropió, mientras fabricaba causas de índole moral; es también verdad que no abrió causas contra el Gobierno de Evo Morales, y también que contemporizó con Áñez y Luis Fernando Camacho hasta el punto que ambos fueron candidatos a sus gobernaciones sin impedimentos.
Seguramente el tiempo ponderará en su justa medida la gestión de Juan Lanchipa, el hombre a los mandos del Ministerio Público el tiempo que vivimos peligrosamente, los años en los que la democracia ha sido escorada y donde el supuesto “agrandamiento del ejecutivo” es cada vez más tolerado. Seguramente un hombre con más afán de protagonismo hubiera acabado empujando este país por el precipicio, y aunque eso no debería ser un mérito, en estas circunstancias, bien lo es. Conviene anotarlo ahora que se piensa en el siguiente.