Los incendios y la guardia baja
Culpar al cambio climático se ha convertido en una excusa demasiado fácil para quienes descuidan sus responsabilidades en la materia de prevención
Hay algo que no falta ningún año a su cita en cada invierno: los incendios. El fenómeno parece haberse multiplicado en los últimos años, y aunque los expertos señalan que hay algo de efecto “redes sociales” en esa alarma social, también reconocen que hay factores que están cambiando las dinámicas del monte y por ende, es más fácil que las llamas acaben haciendo acto de presencia en los territorios más despoblados sin que casi nadie tome medidas para detenerlo.
Este año vuelve a ser grave. Las lluvias en verano no lograron acabar del todo con la sensación de sequía, y los meses crudos posteriores, con elevadas temperaturas y bruscos cambios, dejaron maleza vulnerable en las zonas boscosas, mientras que los otros terrenos de llanos y paja también acaban por ser amenazas en los días ventosos, que de paso, también van a más.
Las estufas de gas están dejando leña seca y arboles sin podar en todo lado y la ausencia de ganado tampoco ayuda a mantener los bosques limpios
Los bomberos señalan que no se trata en exclusiva de una causa y que es cómodo tirarle la culpa al “cambio climático”, que ciertamente ha hecho aparición en el planeta de forma ruidosa y acelerada, advirtiendo que lo de las estaciones de transición son cosas del pasado y recordando que lo que se estila ahora son las temperaturas extremas tanto en verano como en invierno. Pero aun así, los incendios no se producen solitos.
La mano del hombre casi siempre está presente en el origen. En Tarija el fenómeno es muy claro aún en escala doméstica. Las faldas de Sama están amenazadas por el avance inexorable de la “civilización”, cada vez más encaramada al cerro por las cosas de la especulación urbanística. En esa convivencia difícil entre el hombre y la naturaleza, demasiadas veces saltan literalmente chispas que pueden acabar arrasando con todo.
En otras ocasiones se trata precisamente del abandono del monte y sus prácticas de manejo ancestrales. Las estufas de gas están dejando leña seca y arboles sin podar en todo lado y la ausencia de ganado tampoco ayuda a mantener los bosques limpios, lo que en cualquier descuido del vecino – o del excursionista – puede convertirse también en combustible.
Sin embargo, lo que más amenaza nuestras superficies boscosas es todo lo que se esconde bajo el temido eufemismo de la “ampliación de la frontera agrícola”, y que básicamente se convierte en un festival de quema indiscriminada que permita derribar árboles y abrir grandes espacios para forraje, o para maíz y soya transgénica. No importa. Cada año, con cualquiera en el poder, viene pasando exactamente lo mismo.
Hace unos años los incendios de Santa Cruz acabaron jugando fuerte en política y abonaron el terreno para la posterior protesta contra Evo Morales que le costó el cargo, pero poco ha cambiado desde entonces. Los equipos de bomberos siguen viviendo en la precariedad, las sanciones siguen siendo muy blandas para los infractores y en general, las previsiones meteorológicas son las que acaban dictando sentencia sobre la duración del horror.
Ojalá al menos cada uno, desde nuestra parcela y compromiso individual, seamos capaces de comportarnos cívicamente y evitar poner en riesgo nuestra tierra. Acabemos con los incendios por irresponsabilidad.