La Verde y el esfuerzo

Más allá del fracaso en todas las estructuras federativas, existe un problema competitivo que nace de los valores y prácticas educativas que se están transmitiendo

El enésimo fracaso de la selección nacional de fútbol boliviano debería motivar algún tipo de reacción social o popular posterior al enojo, pero hace ya varias Copas Américas y rondas de Eliminatorias que parece hemos perdido incluso esa capacidad. Ojalá esta vez sea diferente.

El fútbol puede ser la cosa “más importante de lo menos importante”, el fútbol no deja de ser un entretenimiento en el mejor de los casos y un negocio – y de los malos – en el peor, sin embargo, estas contiendas de selecciones no dejan de ser plataformas significativas para promover valores colectivos y sentimientos positivos por lo propio, a los que el recurrente fracaso no hace ningún bien, evidentemente.

La Copa América de 2021 que se jugó en dos grupos acabamos últimos con cuatro derrotas y solo dos goles a favor; en la de 2019, con grupos de 4 acabamos con tres derrotas y dos goles a favor; la de 2016, con formato similar al actual acabamos últimos con tres derrotas y dos goles a favor. Hay que remontarse hasta 2015 cuando ganamos un partido a Ecuador y empatamos con México para clasificar a la siguiente fase.

Buscar atajos para dar “el golpe” se ha convertido en práctica común y extendida, casi en la única motivación de las nuevas generaciones

La de 2024 se cierra de nuevo con tres derrotas y un solo gol a favor, unos resultados en sintonía con lo que viene pasando en las últimas eliminatorias, donde se registran retrocesos cada año seguidos de las recurrentes turbulencia que al final únicamente repercuten en el cambio de entrenador y poco más, porque las dirigencias siguen siendo las mismas, capaces ya de encajar cualquier crítica.

El fútbol de nivel profesional, o semiprofesional como en el caso de Bolivia, mueve demasiado dinero en el mundo convertido ya en el negocio por excelencia donde las televisiones y las redes sociales son los tomadores de decisiones últimos, lo que beneficia el espectáculo y a los clubes grandes y perjudica al deporte como tal, con todos los valores que debería promover, y reduce el acceso popular. En Bolivia estos recursos, que son pocos en el contexto internacional, pero muchos en nuestra miseria cotidiana, apenas sirven para perpetuar la decadencia.

Hay cosas evidentes que no funcionan en nuestro fútbol desde el nivel inicial, y sobre todo de formación: los niños empiezan a competir en sus escuelas sin tener el mínimo conocimiento de los fundamentos del juego solo porque los dueños sacan jugosos dividendos de las competiciones; la licencia federativa se convierte en un negocio inmundo ya en la adolescencia con supuestos agentes amenazando con destruir carreras, y está mucho más extendido de lo que se cree aquello de pagar para jugar, pero hay problemas de base que no radican solo ahí.

La falta de compromiso, la falta de rigurosidad, la ausencia de exigencia, la tolerancia infinita a la mediocridad, la improductividad, etc., son cuestiones que no solo amenazan a nuestro fútbol, sino a Bolivia entera en su conjunto y en todas las áreas de la sociedad. Buscar atajos para dar “el golpe” se ha convertido en práctica común y extendida, casi en la única motivación de las nuevas generaciones y eso, obviamente, es un problema serio.

Ojalá esta vez el enojo por el fiasco se convierta en fuerza motriz, que volvamos la mirada hacia dentro y no a buscar culpables siempre por fuera, a renegar por lo evidente. El cambio está, sobre todo, en las manos de las familias.


Más del autor
Tiempo de reconstrucción
Tiempo de reconstrucción
Tema del día
Tema del día