El vecino paraguayo

Más allá de las promesas que nunca se cumplen, salvaguardar la paz con entendimiento es el mejor tributo a las miles de víctimas de un conflicto que fue inhumano

En estos tiempos en los que todo se reescribe, la Guerra del Chaco sigue siendo uno de esos capítulos de la historia que generan vacíos e incongruencias en todos sus episodios y que no puede encontrar una razón legítima que justificara apenas en algo la intervención desde el punto de vista nacional. Se trató de un gran conflicto por interés geoestratégico mezclando salidas al mar y petróleo de un territorio mal delimitado y que era básicamente de todos y de nadie.

Como fuere, desde el día que se disparó el último tiro y se firmó el armisticio, el 14 de junio de 1935, ambos países decidieron guardarse el mejor de los respetos que se ha conservado, sobre todo, viviendo de espaldas. Los miles de kilómetros de frontera compartidos son prácticamente grandes desconocidos para dos países que comercian mucho menos de lo que deberían.

Se trató de un gran conflicto por interés geoestratégico mezclando salidas al mar y petróleo de un territorio mal delimitado

Lo bueno del alejamiento es que ha permitido sanar. Hoy por hoy los presidentes y altos funcionarios se encuentran a cualquier lado de la frontera para honrar a sus muertos y celebran la paz alcanzada, sin resquemores ni cuentas pendientes.

En esa coyuntura, son ya demasiados años en los que se escuchan promesas de integración entre ambos países sin que eso se haya materializado en realidad en proyectos concretos por diferentes causas, sobre todo, por la falta de voluntad, algo que sin duda es un error.

El gran problema de conexión con Paraguay es el de las carreteras, especialmente desde Tarija, pues al otro lado el territorio se convierte en un gran pantanal de charcos, yesos y tizas en tiempos húmedos que impiden una circulación normal. Igualmente, Asunción, que es la capital sobre la que todo gira, está demasiado lejos del territorio chaqueño, convertido cada vez más en un vasto territorio al servicio de la soya transgénica.

El Gobierno paraguayo comprometió hace no tanto extender su red vial asfaltada hasta la frontera por Ibibobo, como Bolivia, pero llegó la pandemia y hasta la fecha sigue entre las promesas más notorias e incumplidas.

Desde Bolivia se mira el mercado paraguayo con poca motivación. Alguna vez se ha querido enviar Gas Licuado de Petróleo y se ha topado con la enérgica oposición de ciertos oligopolios que no han permitido el acceso libre hasta Asunción, e incluso se ha hablado de extender gasoductos o líneas de alta tensión cuyas cuentas nunca han resultado rentables para nadie. Además, es recurrente apelar a la hidrovía cuando se habla de comercio con el Atlántico, como recurrente es enterrarlo en el olvido.

Bolivia y Paraguay somos dos países mediterráneos con demasiadas cosas en común, pero de las que no gusta demasiado hablar, como la pobreza. Somos dos países intimados a entendernos y a vivir juntos en las fronteras, que es donde realmente hay que invertir los esfuerzos de entendimiento. Después, dar las condiciones para que todo fluya. Ni allá ni acá hay condiciones este año de ofrecer enormes inversiones, pero ninguna de esas promesas que luego no se cumplen son necesarias para salvaguardar la paz, que hoy por hoy es lo más importante. Brindemos sin rencores por ella. Sigamos construyendo vecindad.


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