El espejo de la UE

La experiencia de integración continental inspiradora para Sudamérica atraviesa un momento clave con el auge de la ultraderecha proteccionista y negacionista que puede ser oportunidad

Este domingo los 27 países de la Unión Europea acuden a las ánforas para determinar la composición del Parlamento Europeo del cual sale después la composición de la Comisión Permanente, que, aunque dista mucho de ser un gobierno de Europa no deja de ser un ejercicio de democracia directa muy importante en un mercado de más de 500 millones de personas y que pasa por ser el de más alto poder adquisitivo del mundo.

La Unión Europea no deja de ser una fascinante aventura de integración que nunca ha salido del todo bien, pero ahí está. Por resumir, nació de las mismas cenizas de la II Guerra Mundial pero no tomó vuelo hasta finales de los 80 cuando en la cumbre del 92 se pusieron metas de cohesión económicas para poner en circulación la moneda común, que supuso una renuncia importante de soberanía nacional. La Unión nunca ha funcionado como un gobierno unitario y sus representantes electos nunca han estado por encima de los jefes de Estado y de Gobierno que son finalmente quienes toman las decisiones importantes en cada momento, pero aun así, con la cesión cada vez mayor de presupuestos y la necesidad de cohesionar respuestas globales a los desafíos de un mundo cada vez más globalizado y en cambio, la institucionalidad de la Unión ha ganado enteros y sus decisiones afectan cada vez más al conjunto de la soberanía.

Sin duda es una experiencia interesante e inspiradora para los países Sudamericanos, que llevamos más de 40 años hablando de proyectos similares sin que avancen a pesar de tener un elemento cohesionador como la lengua y unas economías muchos más similares – extractivas y precarias - y por ende, más fáciles de armonizar. Seguramente habrá otras ocasiones para abordar esto en otros editoriales y hoy nos centraremos en lo que suponen las elecciones.

Los sondeos dicen que se reeditará “la gran coalición” que desde el principio han formado el grupo socialdemócrata y el Partido Popular Europeo conformado por la democracia cristiana y sus afines y que simboliza, sobre todo, Angela Merkel, y al que se han sumado los “liberales” franceses de Emanuel Macron, sin embargo, también se señala que podría haber un vuelco interesado si se concreta el ascenso de la ultraderecha, que tradicionalmente estaba representada en dos grupos, uno más próximo a la OTAN y otro más próximo a Putin, pero que en general son lo mismo. La posibilidad de que la derecha conservadora clásica del PPE y las ultraderechas de Meloni, VOX y Le Pen pudieran sumar cambiaría seguramente los cimientos de la Unión, siempre inclinada en el discurso a la Justicia Social, el Estado del Bienestar y el Cambio Climático, aunque en la práctica haya matices.

La concreción del cambio, más allá del relajo en los objetivos climáticos, tendrían que ver con la migración y el comercio ante un previsible giro hacia el proteccionismo nacionalista, punto que bien merece un análisis pausado desde este lado del mundo, pues probablemente sea lo que conviene: Ni todas las remesas del mundo podrán devolver el valor perdido por millones de jóvenes trabajadores preparados que dejaron sus países para vivir en el norte; ni es tiempo de rogar por mercados para nuestros granos y nuestras materias primas en un contexto de crisis demográfica y crisis alimentaria global.

Sin duda el futuro está por andar y la experiencia europea debería servir de inspiración. El mundo se está reconfigurando y en este lado, seguimos sin las más elementales armas para salir a competir al mundo.


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