Bolivia y los bloques
El continente americano “da miedo” por su potencial y seguramente por ello hay muchos intereses en mantenernos divididos
A menudo en Bolivia vivimos tan encerrados en nuestra política local y nacional que nos falta perspectiva, y eso que en muchas ocasiones hemos sido si no pioneros, al menos territorio de experimentación de ideas y de prácticas políticas y electorales que después se han ido imponiendo en otros contextos.
Lo cierto es que a la fecha el escenario internacional es un hervidero de testosterona y miedos, donde las potencias y las no tan potencias empiezan a armarse hasta los dientes por lo que parece quieren que sea una deflagración total mientras otros se prestan como incendiarios.
La reciente escenificación de unidad entre China y Rusia en un momento en el que Europa se tambalea ante el avance de la ultraderecha y Estados Unidos se alista para una campaña electoral entre dos octogenarios conviene leerlo con calma. El mundo está cambiando “de dueños” fundamentalmente porque algunos de los valores que occidente consagró como imprescindibles para su reconstrucción – democracia, justicia social, equidad – están siendo cuestionados desde dentro, mientras que el otro eje ofrece una cooperación sur – sur basada en el ganar – ganar, sin injerencias ni moralinas.
Atender a las narrativas en el eje occidental es clave. Una de las que llama más la atención es la que intenta explicar los sucesos en el Sahel, el África negra controlada un siglo de forma directa o indirecta por los ejércitos de Francia y Reino Unido, que protegen los intereses de sus empresas mientras el continente sigue expulsando población y reportando los datos de hambre y miseria más ensordecedores del planeta. Occidente señala que la serie de golpes de Estado en casi todas las Repúblicas de aquella región se deben a la influencia de Rusia y China, sin cuestionar si 100 años de pobreza bajo dominio europeo no habrá sido ya suficiente motivo como para agotar al pueblo.
En América se vienen alimentando otros fantasmas. El continente “da miedo” por su potencial, por sus evidentes similitudes culturales que le permitirían una integración más plena y más útil para desarrollar un territorio rico en todo, pero los continuos roces, provocaciones, diferencias localizadas y demás parecen ser de momento suficiente como para mantenernos alejados y divididos. Cada vez resulta más grotesco comprobar cómo se extienden ideas importadas que apenas encajan en el contexto ni en la historia, y que sin embargo se asientan y ahondan en las diferencias.
La sensación de fin de época, de cambio de ciclo, recorre el mundo y no todos parecen estar preparados para enfrentarlo. Algo nuevo parece que quiere aparecer, pero lo viejo se resiste a morir. Es más, muchos parecen más interesados en hablar de pasados que no volverán en lugar de concentrarse en construir futuros que están por venir. Futuros en los que las amenazas, los recursos, las necesidades y las prioridades serán diferentes. Ya son diferentes, pero ahí seguimos con el socialismo para arriba, el imperialismo para abajo y las recetas de prosperidad basadas en esfuerzos, egoísmos o solidaridades de hace 15 siglos.
Es tiempo de construir, y bien sirve empezar cada cual, por su misma casa, pues como es sabido, nadie vendrá a solucionar los problemas ajenos, peor si ni siquiera son rentables.