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Democracia, lawfare y fake news también en Bolivia

No por lo visceral de la política patria o continental debemos dejar de considerar que la mentira y la manipulación como método ponen en riesgo la democracia

La semana pasada la política española estuvo de cabeza por un asunto que nos es demasiado conocido en estos lares sea cual sea el lado desde el que se enfoque: el “lawfare” desde las “fake news” o viceversa, y que en castellano viene a ser la manipulación judicial de noticias falsas todo con un interés político. No se usan las palabras en inglés por casualidad, sino porque los principales teóricos de esta estrategia que tan bien le está funcionando al ala más conservadora del poder radican en los Estados Unidos de América.

El suceso tiene todos los condimentos de la nueva política con tintes autoritarios basados en personalismos asfixiantes. El protagonista fue Pedro Sánchez, el presidente español famoso por su capacidad de resistencia ante las dificultades y su habilidad para sobreponerse. En poco más de diez años en política de primera línea, su trayectoria describe a un político pétreo capaz de llegar a acuerdos inverosímiles pero útiles y que además ha tenido la capacidad de gestionar solventemente crisis mayúsculas en el país, como el desafío secesionista catalán, la pandemia o los efectos de la guerra en Ucrania. El detalle llevaría extensas páginas, pero basta con señalar que esa habilidad es la que le ha convertido en el objeto del odio de la derecha transnacional, cada vez más volcada al lado conservador precisamente por el auge de esas prácticas.

En Bolivia los jueces se eligen democráticamente, pero acaban rendidos a los pies del gobierno que toque, así cambie dramáticamente.

El miércoles un juez inició diligencias sobre una demanda interpuesta por un sindicato ultra sobre las supuestas actividades ilícitas de su mujer en la esfera privada, Sánchez pareció quebrarse y anunció un periodo de cinco días para reflexionar en los que su renuncia se dio por hecha… y todo lo contrario. Finalmente decidió quedarse en el enésimo giro telenovelesco de su carrera política que, como mínimo, será digna de estudio en el futuro, pero que también dejará consecuencias.

Según Sánchez, con su amago de renuncia ha logrado poner pie en pared contra la desinformación y la ruptura de límites en política que hace tiempo han sido rebasados para incluir a las familias en los ataques – aunque son los propios políticos los que usan a sus familias en las campañas -. Lo cierto es que difícilmente esa maniobra logrará frenar esa escalada, sino más bien al contrario: quedándose lo valida.

En Sudamérica conocemos bien estos procedimientos combinados, aunque mucho más simplificados precisamente por la ausencia notoria de Estado. La debilidad institucional de la Justicia la convierte, casi en cada país, en presos de la ambición del poder, sea del oficialismo o de la oposición. Hay países como Perú donde han caído los últimos seis presidentes por movidas judiciales que no siempre llegaron hasta el final; en Argentina se han utilizado procesos de ida y vuelta; en Ecuador y Colombia lo mismo para inhabilitar estratégicamente a diferentes personalidades y validar algunos proyectos de lo más turbio, y luego está Bolivia, donde los jueces se eligen democráticamente, pero acaban rendidos a los pies del gobierno que toque, así cambie dramáticamente.

El otro problema es el de los medios, debilitados hasta el extremo por el poder precisamente con ese objetivo: evitar cualquier cuestionamiento sobre la “verdad oficial” y convertir esa misma verdad en una cuestión subjetiva ligada a bandos y no, en lo que en verdad es.

En Bolivia hemos asistido desde hace demasiado tiempo a decisiones judiciales insostenibles y a acusaciones coreografiadas con el objetivo fundamental de hacer daño, y aunque parezca que cada vez más, quien se mete en política parece asumir lo que se juega y considera que aún así le compensa (que no debe ser por los sueldos que se pagan), convendría hacer una reflexión sobre los riesgos que esta situación hace a la democracia y lo que le cuesta el hecho de que no lleguen los mejores, sino los más dispuestos a sufrir, y a atacar.


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