Bolivia y la “extinción” de la ONU

Desde 2019 se celebra el día del Multilateralismo y la Diplomacia para la Paz en un contexto en el que ambos conceptos apenas se practica porque priman los intereses nacionales, si es que se conocen

El 24 de abril se celebra el Día Internacional del Multilateralismo y la Diplomacia para la Paz, una fecha establecida por la Asamblea General de la ONU en su resolución A/73/L.48 y que se celebró por primera vez en 2019. La instauración reciente de la fecha resulta reveladora, pues hace tiempo que tanto el multilateralismo como la “diplomacia para la paz” está en serio peligro de extinción, y ese suele ser justamente el criterio que usa la ONU o cualquiera de sus agencias para declarar días especiales de conmemoración.

“Esta fecha busca motivar a los países a seguir colaborando en pro de los temas comunes, llegar acuerdos y negociaciones, que sean de mutuo beneficio para todos” señala la argumentación justificativa de la fecha constituyendo un reconocimiento explícito del momento de debilidad.

El cambio está en marcha y en esas, conviene configurar muy claramente el bloque que comparte los intereses nacionales y trabajar por su constitución y fortalecimiento

El ejercicio del multilateralismo, entendido como la posibilidad de debatir y llegar a consensos amplios para tomar decisiones siempre ha sido más eufemismo que realidad. El organismo multilateral más importante se supone que es Naciones Unidas, pero en su seno mantiene sin cambios el funcionamiento del Consejo de Seguridad, configurado después de la Segunda Guerra Mundial y que en la práctica supone reconocer el poder de cinco naciones (Estados Unidos, Rusia, Francia, Inglaterra y China) por encima de los demás otorgándole el “poder de veto”, es decir, que 197 países pueden decidir una cosa y una de las cinco puede vetarla como viene sucediendo, por ejemplo, en el caso de la ocupación israelí de los territorios palestinos y sus inhumanas guerras.

En la práctica también ha supuesto siempre que cualquiera de esto cinco países podían iniciar hostilidades, sanciones, o cualquier otra represalia violenta contra cualquier otro país o territorio sin mayores consecuencias, lo que en su grado máximo ha supuesto el inicio de guerras como en Irak o Libia o Ucrania de forma unilateral. La ausencia de consecuencias es la que está resquebrajando el orden mundial y pasando del pretendido “multilateralismo”, falso en toda su extensión, a un mundo multipolar, donde los países se van organizando de formas más o menos permanente o coyuntural en función de la diplomacia, pero no la “diplomacia para la paz” que la ONU quiere proteger, sino de la pragmática diplomacia comercial donde ambas partes ganan, pero victorias tangibles y cuantificables y no esos intangibles de “la democracia”, “la civilización” o “el bien” que a menudo promocionan los países hegemónicos en los países subdesarrollados y que sirven de puerta de entrada para instaurar nuevos saqueos con ópticas modernas de “cooperación”.

Sin duda que el mundo está cambiando a pasos agigantados, que los menos optimistas consideran que avanzamos hacia la barbarie de una guerra nuclear, mientras que otros argumentan que la reconfiguración de la diplomacia entre países homologables del sur global es lo que está contribuyendo al declive occidental y a la construcción de un mundo globalizado, pero más igual y más fuerte.

El cambio está en marcha y en esas, conviene configurar muy claramente el bloque que comparte los intereses nacionales y trabajar por su constitución y fortalecimiento. En el caso de Bolivia es evidente que nuestro lugar está en el continente y que toca trabajar más por la cohesión y definir los campos de desarrollo para pactar inversiones que no andar en reflexiones de integración con autocracias que al final, aportan más riesgos que soluciones. Es obvio que somos soberanos para configurar nuestra propia política internacional, pero conviene articularla en función de los intereses nacionales, de lo contrario, entraremos de nuevo en la misma dinámica improductiva de los últimos 200 años, que ha sido lo único común por muy diversa orientación que hayan tenido los sucesivos gobiernos.


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