Soberanía continental y embajadas

El “divide y vencerás” como estrategia de guerra aplicada a la política se sigue utilizando sin remilgos, y Sudamérica siempre ha sido un ejemplo de esa praxis

Latinoamérica en general y Sudamérica en particular es la región del mundo con mayor potencial de desarrollo. Rica en recursos minerales, energéticos y sobre todo, medioambientales, con una población reducida y una cultura e idioma común, las posibilidades de convertirse en potencia son enormes, pero por alguna extraña razón, a las élites sudamericanas se les escapa un hilillo de risita cuando se plantean estas cosas.

Estados Unidos es un Estado Federal, Rusia es una federación y la propia República Popular China funciona con un modelo de fuerte solidaridad entre sus provincias, que en la práctica tienen amplia autonomía para la definición concreta de sus objetivos. Europa, una amalgama de 500 millones encerrados en un territorio cuatro veces Bolivia con 27 países de hablas y tradiciones diversas ha hecho esfuerzos por coordinarse en las cuestiones más importantes después de haberse autodestruido dos veces en el siglo XX e incontables en los anteriores, pero en Sudamérica somos incapaces siquiera de pensar una hoja de ruta común para un territorio que solo hace doscientos años culminaba la gesta de su independencia.

Acordar una posición común ante cualquier cumbre internacional o debate de fondo, en la ONU o en cualquier otro organismo, cuesta un dolor de muelas

Aquel espíritu de comunidad transnacional que sumó fuerzas y convenció de la necesidad de desligarse de la metrópoli no tardó en contaminarse con pasiones egoístas y separatistas que enmascararon bajo una suerte de nacionalismo irracional y competitivo las ambiciones de los de siempre, pues a nadie más que a las empresas de las potencias centrales les sigue interesando que en este territorio cada cual se crea más vivo que el vecino y vele exclusivamente por sus intereses en el más corto plazo.

Acordar una posición común ante cualquier cumbre internacional o debate de fondo, en la ONU o en cualquier otro organismo, cuesta un dolor de muelas, y ya ni siquiera hay grandes temas que enemisten a los latinoamericanos, ni grandes diferencias socioeconómicas. Lo que sí hay es un interés permanente en mantener la región como si de un polvorín se tratara, avivando envidias, rivalidades o simplemente comprando el relato completo de la libertad y el individualismo llevado al extremo, cuando ni siquiera sus patrocinadores ya se lo toman en serio. ¿Verdad Trump?

El “divide y vencerás” como estrategia de guerra aplicada a la política se atribuye a los griegos, aunque la aplicaran con maestría otros proto hombres como Julio César y Napoleón. Hoy se sigue utilizando sin remilgos, en algunas regiones más que en otras y Sudamérica siempre ha sido un campo de pruebas y un ejemplo de esa praxis muy cualificado.

En Oriente Próximo los vecinos se suelen tirar bombazos entre ellos, matar a sus espías y evitar cualquier tipo de acuerdo incluso en asuntos tan elementales como ayudar a Palestina a conquistar su dignidad con la que todos se solidarizan, pero por la que no actúan. En Sudamérica parecía que no llegábamos a tanto desde el Plan Cóndor hasta el pasado viernes, cuando el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, autorizó invadir el territorio soberano de una Embajada, porque este es el tema independientemente de por qué o para qué.

Noboa, como Milei, los dos presidentes más recientemente elegidos en esta parte del globo, se han apresurado a firmar acuerdos de cooperación militar con Estados Unidos, incluyendo cesión de soberanía al Comando Sur, cuya generala no ha escatimado detalles sobre la naturaleza de su misión en la región con mayor potencial del mundo, pero aún así, no se trata de buscar culpables externos y sentarse a llorar, sino de avanzar y avanzar una y otra vez. El mundo multipolar ya está aquí y nuestra región debe ser capaz de asumir su posición y fortalecer su voz. Dejémonos de risitas.


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