El censo, el correo y los datos

La aplicación práctica de la ausencia de uniformidad y coordinación en este desconcierto es un cúmulo de despropósitos

La realización del Censo de Población y Vivienda del pasado fin de semana, ya con la tiranía de las redes perfectamente instalada en el país – aún era incipiente en 2012 – y con muchísima más información a disposición, ha permitido dejar al aire algunas de nuestras mayores vergüenzas como Estado, y es lo que tiene que ver con la fragilidad institucional, pero también con la dejadez más absoluta de la mayoría de las instituciones por cumplir con su función.

La desconfianza en el Estado lleva muchos años instalada, pues ya estaba cuando el MAS llegó al poder. Simplemente no ha ido a mejor, sino todo lo contrario, y nadie parece tener la intención de ponerle el cascabel al gato.

En la actualidad tenemos tres sistemas que aparentemente nos deberían dar información sólida de quienes somos y dónde estamos. De un lado está el Censo, que nos ubica en el territorio y conoce las carencias de nuestra habitabilidad, pero al que no le importa nada quienes somos. De otro lado está el Padrón Electoral, que solo le interesa dónde vas a estar viviendo en el día en el que vas a votar. Y por otro está Identificaciones, el Segip administrado por civiles, que nos dice quienes somos y nos asigna un número de identificación, pero al que le importa más bien poco donde estemos viviendo porque nadie verifica.

Los tres sistemas son esencialmente uno en la mayoría de los países del mundo, y en todo caso es el empadronamiento, es decir, el que vincula una persona a determinado domicilio, el que después permite tramitar el número de identificación. Claro, estar empadronado en tal o cual lugar, que hace a la veracidad del censo, da unos beneficios fiscales o de servicios personales y familiares, muchos de ellos vinculados también al otro gran sistema de información, que es el tributario y de efectos fiscales, que también cojea en Bolivia, y entonces la gente no duda en regularizar su situación, incluso los inmigrantes irregulares.

La aplicación práctica de la ausencia de uniformidad y coordinación en este desconcierto es un cúmulo de despropósitos. Una ensalada que nos hace más vulnerables y que impide aplicar una distribución justa de los recursos, pero también genera problemas logísticos de magnitud.

En Bolivia no tenemos un correo ordinario como en cualquier otro país del mundo en el que los carteros lleven la correspondencia a los domicilios y lo depositen en el buzón por una sencilla razón: centenares de calles no tienen nombre, miles de casas no tienen número (ni autorización), y en el Segip les vale con un croquis y alguna referencia al color del portón del vecino… Obviamente no hay Amazon que lo resista.

Cuanto más tiempo tardemos, más difícil se hará, pero alguien debe empezar a pensar en poner orden en este despropósito que tampoco tiene demasiados misterios: cumplir la ley, ubicarnos en el territorio, cumplir con las normas de construcción, vivir donde se dice que se vive, etc. En algún momento alguien tendrá que enfrentarlo aún cuando la desconfianza congénita con la que venimos naciendo procese que hay alguien intentando limitar nuestra libertad al querer saber cómo de verdad vivimos en este país.


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