Los intereses de la Hora del Planeta

Lo que sí han logrado ha sido esconder definitivamente los planes sobre el cambio climático, que ha pasado a ser la misión prácticamente única de Naciones Unidas

Como este año la Hora del planeta cae en Semana Santa y en el primer mundo, que es el que mantiene viva esta moda, hay prioridades vacacionales, la misma ha quedado medio difusa entre adelantos y medidas alternativas, pero lo cierto es que la confusión empieza a ser generalizada.

La última cumbre del Clima se celebró en Dubai y la presidencia del plenario estuvo a manos del ministro de Energía y presidente de una de las 10 empresas hidrocarburíferas más poderosas del planeta. Su empeño fue que no constara una fecha concreta para materializar el compromiso de abandonar las energías fósiles, y aunque hubo protestas, la cosa es que quedó más o menos así, en el aire, constatando una vez más que la coyuntura económica ha acabado por devorar la buena voluntad.

La invasión rusa de Ucrania elevó hace dos años los precios de la energía por las nubes en medio mundo, porque al final Rusia es uno de los grandes productores de petróleo del mundo y era el principal proveedor de gas en Europa. Las sanciones solo han modificado el mapa del comercio internacional: ahora Rusia vende más en los países asiáticos, incluyendo India, y Estados Unidos ha ganado el rico mercado de Europa para su gas no convencional y los precios han vuelto a una normalidad, incluso bajos para el contexto por suerte para Bolivia, que adquiere combustibles a 70 dólares el barril para salvar el presupuesto del malestar.

Lo que sí han logrado ha sido esconder definitivamente los planes sobre el cambio climático, que ha pasado a ser la misión prácticamente única de Naciones Unidas y tal vez por eso, porque ya es costumbre, ha pasado a no ser prioridad: muchos países temblaron al comprobar como podría ser el costo real de la energía alternativa, pues todos quieren ser muy verdes hasta que miran la factura.

No es este un editorial negacionista, por si acaso, pues el cambio climático es una realidad cotidiana de cada día que nos amenaza hasta en lo más concreto entre lluvias torrenciales, calores achicharrantes en toda Tarija, dengue en cualquier barrio y pérdida de glaciares en las cumbres, pero sí una reflexión sobre el costo último que alguien acabará pagando.

Y es que la energía limpia no es barata, y no lo es por diferentes causas, principalmente porque los dueños de la tecnología no quieren que lo sea. En este caso da igual que lo compren particulares o Estados, porque al final lo acaban pagando los ciudadanos directa o indirectamente.

En Bolivia el precio del megavatio no está especialmente subvencionado a pesar del monopolio que el Estado ejerce con Ende en la generación y en el transporte, eso sí, hay una sobreabundancia de fraude en el uso del energético doméstico, comercial o industrial. Los planes del país para cumplir con París tampoco son revolucionarios: plantea construir centrales termoeléctricas a gas natural, pero de ciclo combinado, que contamina, pero menos, además, con voluntad de exportación, un proyecto ambicioso que requiere de un pequeño paso intermedio: descubrir más gas y crear una reserva energética para garantizar la inversión, algo que está muy lejos de hacerse realidad.

Este año La Hora del Planeta será más simbólica que nunca, y alguien debería empezar a hacer números reales de lo que nos queda.


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