El MAS y el cambio de época

El éxito fue constituir un partido a la imagen y semejanza de Bolivia que le hablaba a la gente a la que nadie le hablaba, pero que tal vez ya no es mayoría

Estos días celebra el Movimiento Al Socialismo su cumpleaños número 29, una cifra relevante para las tendencias políticas actuales, donde los partidos prácticamente han desaparecido detrás de los candidatos o figuras de cada uno, siendo este su principal desafío contemporáneo: saber si será capaz de sobrevivir

Las metáforas y paralelismos entre la edad, los partidos y su salud pueden ser inacabables, pero es cierto que a los 29 años la juventud empieza a dar paso a una época de madurez donde corresponde tal vez sentar la cabeza y donde las convicciones se asientan mejor dejando atrás las pasiones, ahora, la juventud del MAS ha sido extraordinariamente exitosa y convulsa, algo que puede condicionar este nuevo paso si no se mide con serenidad.

La sigla se heredó para concurrir en las últimas elecciones de los 90, cuando el neoliberalismo ya hacía estragos en el continente. MAS era la representación electoral del Instrumento Político para la Soberanía Popular (IPSP) y que era la representación de decenas de movimientos y agrupaciones populares con diversidad de intereses sectoriales que tenían en común una historia de olvido por parte del poder y un combate casi permanente para lograr administrar alguna pequeña oportunidad y poco más, aparte de las cientos de ONG que históricamente han revoloteado alrededor de este tipo de movimientos, muchas veces con afán de aportar y algunas, de simplemente parasitar.

Lo que suceda en el MAS en las próximas semanas marcará seguramente un horizonte de época en el país, que parece avanzar hacia un fin de ciclo, pero sin acabar de concretar por donde avanzará el siguiente

El éxito del producto fue casi inmediato. Las dudas sobre aquel recuento de 2002 siguen hasta hoy, y la tarea de oposición posterior, forzando las costuras constitucionales hasta el límite, desalojando presidentes y forzando constituyentes mientras seguían en plena expansión tuvo su recompensa en forma de mayoría absoluta de 2005 constituyendo un hito histórico en el país y también en el entorno.

El éxito fue constituir un partido a la imagen y semejanza de Bolivia, constituido por todos los movimientos que se batían en el día a día en la calle y que no tenían a nadie que les hablara. Un partido que bebió de las fuentes del primer Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) para darle cierto contenido ideológico a lo que era una amalgama de intereses diversos, y un partido que se encontró con un programa de gobierno más o menos delineado en las protestas de aquel octubre de 2003. En aquel entonces, solo el MAS le hablaba de verdad a las grandes mayorías del país y probablemente sea el único que lo siga haciendo, aunque su oposición no lo entienda.

Desde la victoria de 2005, el MAS gobernó 14 años consecutivos, y tras una interrupción de 11 meses, volvió a gobernar desde 2020 a esta parte. Es decir, de sus 29 años ha pasado dos tercios en el poder, pero institucionalmente, nunca había estado tan débil como hoy.

Nadie puede negarle a Evo Morales su capacidad para pilotar con éxito un gobierno que podía haber fracasado en meses y que sin embargo fue capaz de construir una hegemonía aplastante, algo que no podría haber sucedido sin el fino olfato político y las habilidades tácticas de Morales, que siempre priorizó el poder a lo puramente ideológico y cuyo error seguramente, fue escuchar a quienes lo entronizaron y revirtieron el orden de las cosas en un partido que nunca llegó a ser tal, pero que tenía un origen claramente reconocible y que después se confundió con la institucionalidad del Estado, colonizándola hasta el tuétano.

El MAS pudo trascender a Evo y Evo pudo ayudar a prolongar su modelo, pero todo ha acabado en una encarnizada batalla por el control de un partido en la creencia de que eso es lo que garantiza el acceso al gobierno y no el hecho de ser el reflejo del pueblo y su historia.

Lo que suceda en el MAS en las próximas semanas marcará seguramente un horizonte de época en el país, que parece avanzar hacia un fin de ciclo, pero sin acabar de concretar por donde avanzará el siguiente. En esas, y tomando como referencia el desmoronamiento del Estado liberal a principios de siglo, cabe esperar que se haya aprendido de lo hecho y que ninguna retirada o relevo acabe por arrasar todo lo existente.


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