Bolivia y los aspirantes a totalitarios

Casi en todo el mundo se están reproduciendo regímenes con afán totalitario que no dudan en cambiar las normas o amenazarlas en base a su propio interés, pero en Bolivia ya pasó

La victoria cantada de Vladimir Putin en las elecciones de Rusia del pasado fin de semana han provocado muchas reacciones, salvo sorpresa. El líder ruso lleva en el poder desde 1999 cuando sucedió a Boris Yeltsin como primer ministro y ha ido cambiando la denominación de cargo y la Constitución de Rusia para garantizarse su permanencia con el poder total en el bolsillo después de ganar seis veces las elecciones.

Putin es sobre todo criticado en el hemisferio occidental, pero la crítica esconde muchas veces envidia de la no sana: el ejercicio despótico del poder pasa por ser una aspiración de muchos de los animales políticos de este siglo en los que la democracia está devaluada.

Todos los sondeos, del Eurostat al Latinobarómetro, señalan que las nuevas generaciones prefieren un gobierno que les de seguridad física y económica muy por delante que uno que salvaguarde los principios democráticos. Dicho esto, todo lo demás viene por añadidura.

Quizá la democracia nunca estuvo tanto en riesgo como en el periodo 2016 – 2020, pero afortunadamente los bolivianos con su voto y su defensa, supieron encauzarla

Casi en todo el mundo se están reproduciendo regímenes con afán totalitario que no dudan en cambiar las normas o amenazarlas en base a su propio interés. El año pasado fue el chino Xi Jinping quien acomodó las normas del régimen comunista chino para mantenerse en el poder; en unos meses con seguridad será reelecto el primer ministro indio Narendra Modi, en julio se prevén elecciones en Venezuela con un Nicolás Maduro poco proclive a las elecciones libres y en noviembre pugnará Donald Trump a un nuevo periodo en la Casa Blanca luego de ser desalojado y haber emprendido toda una campaña de desprestigio contra el sistema electoral y haber patrocinado un  conato de asalto al Capitolio sin precedentes en aquella democracia que se dice modélica.

Casi todos siguen el mismo esquema tanto en el plano electoral de acceso al poder como en la posterior gestión. Ejemplos de personalismo hay a raudales: Nayib Bukele y su política de seguridad por encima de cualquier derecho humano en El Salvador, Giorgia Meloni y su política antiinmigración de Italia, Javier Milei y su planteamiento refundacional del Estado argentino, Gustavo Petro en Colombia, Ferdinand Marcos Jr en Filipinas, y casi todos los dictadorzuelos que siguen controlando el poder en África y Oriente Medio, incluyendo a Al Sisi en Egipto o al príncipe saudí Mohamed Bin Salmán al que ni autorizar asesinatos de periodistas le han cerrado ninguna puerta en el mundo occidental ávido de petróleo y plata mandando una señal importante a todos los demás aspirantes.

La democracia está de capa caída en casi todo el mundo, pero cabe la posibilidad de que en Bolivia, esta vez, hayamos llegado temprano. Desde principios de siglo la política nacional se ha impregnado de protagonistas con aire mesiánico y las victorias de Evo Morales le dieron desde el principio ese enfoque de infalibilidad que buscan los estrategas amantes del totalitarismo. Quizá la democracia nunca estuvo tanto en riesgo como en el periodo 2016 – 2020, pero afortunadamente los bolivianos con su voto y su defensa, supieron encauzar el camino de retorno hacia la pluralidad que aún debe consolidarse en las próximas convocatorias.

Bolivia ya ha demostrado que no quiere caudillos, es por ende responsabilidad de quienes se disputan el poder ser capaces de ofrecer algo más que las simples bravatas del aspirante a totalitario. Nadie debería subestimar al pueblo boliviano.


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