Tarija, la crisis y las deudas pendientes

El recurrente latiguillo de la crisis, que en Tarija se viene arrastrando casi una década, no debe impedir que se exija cumplir con los compromisos adquiridos

En las crisis económicas siempre hay trampas y los más vivos acaban haciendo buenos negocios. Por lo general, el estado de ansiedad suele instalarse en el presente y muchas veces, las decisiones se alejan de lo racional.

Una de las consecuencias de este estado de crisis instalado, sobre todo en economías pobres carentes de todo, pero que en occidente llaman “resilientes” porque no se explican bien como los ciudadanos no hacen volar todo por los aires ante tamañas injusticias, es que los ciudadanos dejan de demandar y activan una cadena de resignación que puede volverse perversa. Los vecinos entienden que no es tiempo de pedir nada, de nada, ni salud, ni que mejoren la calle que se inunda infestando todo de zancudos con dengue, ni que arreglen aquella carretera donde todos los años se matan docenas de personas, ni que cumplan con tal o con cual programa prometido porque al fin y al cabo, ahora estamos en crisis y nada es tan importante. Esta resignación se da también entre privados, donde se aceptan condiciones y sacrificios en nombre de la crisis con mucha facilidad.

La Gobernación cumple con sus obligaciones de gestión y no se mete en excesos ni grandilocuencias, y no deja de ser una excepción en esta nueva política

En Tarija llevamos tantos años hablando de crisis que apenas se nota ningún cambio. Al contrario, cualquiera puede ver brotes verdes en el contexto. En 2015 se derrumbaron los precios de los hidrocarburos y Bolivia bombeó a todo trapo para compensar, desde entonces la producción no ha dejado de caer y los precios nunca se han recuperado, por lo que sumamos trimestres y trimestres de recesión crónica que ya le han quitado el miedo a cualquiera.

El primero en conjugarla textualmente fue el exgobernador Adrián Oliva. Los ingresos caían y la herencia recibida en forma de multitud de obras de todos los tamaños, colores y olores impulsadas por sus antecesores Mario Cossío y Lino Condori y todo su séquito eran una pesada carga que ataba de manos la gestión. Entre Oliva y su secretario de Gestión, Rubén Ardaya, armaron un plan de resistencia identificando montos para exigirle un rescate al Gobierno que, como se esperaba, nunca funcionó, aunque de una u otra manera abrió puertas para deshacerse de algunas inversiones, lograr algunos recursos y renegociar otras al tiempo que se seguía invirtiendo, pero era evidente que aquellos esfuerzos se llevarían por delante el capital político.

El gobernador Óscar Montes le dio continuidad en su primer año de mandato como paraguas para tomar algunas medidas de fondo, destrabar algunos nudos de gestión y cortar algunos proyectos inviables. Desde entonces la Gobernación cumple con sus obligaciones de gestión y no se mete en excesos ni grandilocuencias, y no deja de ser una excepción en esta nueva política en la que todos pretenden trascender y configurar su propio ejército de leales.

Es verdad que la gestión se ha simplificado sin licitaciones y sin grandes pugnas de poder ni en el plano interno ni sobre todo, con el nivel central del Estado, que poco o nada está ayudando a esta tierra. Esto no quiere decir que las necesidades se estén olvidando o que las deudas estén saldadas. Tarija ha aportado mucho y ya va siendo hora de que el gobierno del MAS la tome en serio.


Más del autor
Date un respiro
Date un respiro
Tema del día
Tema del día