El 21F y las urgencias del gas

La democracia, con sus tiempos lentos, acabó poniendo las cosas en su lugar aunque perduren las amenazas, pero no ha sucedido lo mismo con lo hidrocarburos donde nada ha cambiado

Han pasado ocho años, pero el referéndum del 21 de febrero de 2016 sigue siendo uno de los asuntos nucleares en la política de hoy. Probablemente la política nacional hubiera discurrido por otros desfiladeros de no haberse celebrado aquel referéndum “maldito” que acabó por desnudar las intenciones del Movimiento Al Socialismo (MAS).

A menudo analizamos las consecuencias que derivaron de aquel acto ya clave en la historia política nacional, pero por lo general soslayamos el contexto en el que se produjo, o lo reducimos a aquella campaña turbulenta en la que se destaparon los líos de faldas del expresidente y el seguidismo ciego de sus secuaces, que loaron al buen padre del niño muerto hasta describirlo con él en brazos para después reconocer que nunca existió.

La Constitución de 2009 ya había sido violentada una vez en este asunto de la reelección: El texto incluía una transitoria aceptando computar los mandatos previos para la limitación de dos periodos y que Evo aceptó para desbloquear las negociaciones. pero no se cumplió. Eran tiempos de bonanza y de expansión del MAS y ni siquiera la oposición hizo demasiado ruido.

Desde que Evo ganó en octubre de 2014 hasta el referéndum de febrero 2016 el petróleo bajó de 100 dólares a 30

La oposición había sido prácticamente desbaratada entre 2010 y 2015. Cuadros de oposición relevantes como Manfred Reyes Villa o Mario Cossío habían salido del país y otros habían sido domados en los rigores del poder. Samuel Doria Medina pasó a ser el candidato único de la oposición durante dos años hasta que apareció Tuto Quiroga con el PDC y más allá de su 9% final, puso en evidencia que no había proyecto alternativo al MAS.

El MAS revalidó el triunfo en primera vuelta con mayoría de dos tercios en las ánforas, pero perdió un 3% de votación, aunque nadie le dio especial atención.

El otro dato que se obvió en campaña y en los meses siguientes fue el del derrumbe del barril de petróleo, que pasó de superar los 100 dólares en agosto de 2014 ha bajar de los 30 en enero de 2016, un periodo de descenso duro que encendió las alarmas dentro del gobierno aunque maniató a los tomadores de decisiones.

Es casualidad que el descenso de los precios coincidiera exactamente con el tiempo que pasó desde que Morales fue electo por tercera vez en octubre de 2014 hasta que se resolvió el referéndum en el que pedía una cuarta oportunidad en febrero de 2016. Es casualidad, pero puede explicar el estado de histeria que se vivía en el entorno palaciego en aquellas fechas entre los que eran conscientes de que no había plan B ni para sustituir los ingresos del gas ni para sustituir al presidente Morales.

Morales perdió aquella cita y la maquinaria del partido-gobierno se dio los modos para negar los resultados hasta que se convencieron de que el país había olvidado aquella cita. También la negación operaba en el tema hidrocarburífero, posesionando a un ministro que declaraba: Bolivia corazón energético de Sudamérica y veía mares de gas mientras la producción tocaba techos e iniciaba el descenso sin incorporar ninguna reserva relevante.

La democracia, con sus tiempos lentos, acabó poniendo las cosas en su lugar pese a los atrevimientos, las exageraciones y las amenazas, pero nadie de momento ha atendido el problema del gas, que es el que sigue causando estragos en un país al borde de la histeria. Más temprano que tarde, los protagonistas de aquel embrollo deben dar paso a nuevas ideas, algo que también conviene aplicar a la gestión de los hidrocarburos en el país.


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