Nuevo curso, nueva ocasión

La Ley Avelino Siñani no ha cumplido con las expectativas y sus planteamientos están desfasados para los desafíos del mundo actual

El curso escolar 2024 ha iniciado con relativa normalidad a pesar de la permanente amenaza del covid y de la discontinuidad forzosa de este Carnaval tempranero. En cualquier caso, conviene reflexionar pronto sobre los desafíos que tiene por delante un año más y que exigen por igual a todas las partes de la comunidad educativa por una realidad objetiva: Bolivia ocupa los últimos puestos del ránking de calidad educativa del continente.

En el último pulso por la maya curricular quedó en evidencia que de un lado había más interés en ciertos asuntos cosméticos de índole ideológica y en el otro, la voluntad sincera de no actualizarse

Es verdad que no es novedad. La educación en Bolivia siempre ha estado infravalorada e infradotada. Los niveles nunca se han adaptado a las verdaderas necesidades del país y la lucha contra el analfabetismo nos ha llevado a impulsar programas que no han tenido resultados de valor en la dinámica del aprendizaje.

Esto no es excusa. En los últimos diez años se han acometido inversiones muy significativas en el sector educativo. Casi todos los colegios son de nueva creación, se han disminuido las ratios profesor/alumno aumentando el número de profesores y, sobre todo, han mejorado sus condiciones laborales y económicas, pues los salarios se han dignificado sustancialmente. Aquellos maestros que agarraban tres trabajos para juntar un sueldo mínimamente digno ya no existen.

Si nos auto comparamos, probablemente encontramos que estemos mejor que hace dos décadas, pero si nos comparamos con el entorno, apenas notamos cambios significativos. Los expertos siguen debatiendo obre esto, pero las conclusiones anticipadas advierten un déficit severo en la calidad educativa por parte de los profesores además de la tradicional pérdida de autoridad respecto a los alumnos y la incapacidad de estos de gestionar su atención, que viene siendo el mal del siglo XXI en el ámbito pedagógico.

En el último pulso sonado entre el poderoso sindicato del Magisterio y el gobierno nacional a cuenta de la reforma curricular que se libró el año pasado quedó en evidencia que de un lado había más interés en ciertos asuntos cosméticos de índole ideológica y en el otro, la voluntad sincera de no actualizarse. Las posiciones parecen abocar a la misma conclusión: en el proceso educativo el estudiante parece ser lo menos importante.

La Ley Avelino Siñani ha fracasado. Para unos porque nunca hubo voluntad real de desarrollarla completamente, para otros porque solo se centraron en los asuntos más folklóricos. Lo cierto es que la educación hoy necesita de otra revolución que tenga en cuenta al niño y fortalezca las capacidades del maestro, pero sobre todo que ponga en valor la competencia, el esfuerzo como método y la innovación como respuesta a los grandes problemas del saber.

Nuestros jóvenes hoy requieren de una educación que los inserte en un mundo globalizado y competitivo, donde lo digital es nativo y donde existe poco margen de error. La respuesta está en las casas, claro, pero también en un magisterio que necesita reformarse y reforzarse para dar respuestas al país. Esa es la batalla que vale la pena.


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