Percibirse corrupto

En un país donde ninguna necesidad está cubierta es normal que los ciudadanos atiendan mucho más a los destinos de los impuestos

La corrupción es seguramente el gran problema de este país. Lo es por los grandes negociados con componente político, donde actúa por acción u omisión, y lo es también y sobre todo, por la micro corrupción nuestra de cada día: la de la coima, la de la fila, la del arreglo con el oficial, con el inspector, con el director o con cualquiera que utiliza su mínimo poder no para hacer el bien sino para sacar ventaja personal.

Dicho esto, conviene ocuparse en las soluciones y no tanto en la fustigación, algo que habitualmente sucede luego de que se publique el archiconocido “índice de percepción de la corrupción” de Transparencia Internacional y que enseguida lleva a inferir que se habla de tal o cual país como “el más corrupto” sin tener en cuenta todo lo que intermedia a través de la “percepción”, que viene a ser la palabra clave.

Antes de abordar los resultados, conviene recordar que el Índice depende de Transparencia Internacional, una fundación con sede en Alemania de la que han formado parte grandes banqueros, miembros de agencias de calificación y otros miembros destacados de lo más granado de la economía mundial, por supuesto, con el sistema capitalista como referencia.

Lo segundo es detenerse precisamente en la palabra “percepción” que tiene que ver con una escala de valores, pero sobre todo, susceptibilidades y emergencias: en un país donde ninguna necesidad está cubierta es normal que los ciudadanos atiendan mucho más a los destinos de los impuestos; que sean más exigentes con la trasparencia y con quienes lo administran, pero eso no necesariamente implica ser más corrupto que otro país donde los negociados se hacen de forma similar, pero los ciudadanos van a lo suyo porque tienen garantizado el sustento.

Es evidente que las grandes corporaciones mundiales hacen enormes negocios al margen de la Ley, en Estados Unidos y en Bruselas son habituales las multas millonarias contra empresas que abusaron ilícitamente de posiciones de mercado de fuerza a las que llegaron normalmente escalando una enorme montaña de favores truculentos, pero eso no acaba siendo un problema para el ciudadano de a pie, como si lo es, por ejemplo, que el guardia que administra las fichas en tal o cual clínica acepte reservas bajo poncho o que la casera del mercado lleve una romana ligeramente trucada.

Bolivia necesita un gran cambio de base en sus planteamientos educativos y culturales que logre erradicar la corrupción en los altos niveles, pero sobre todo la corrupción de baja intensidad, la que se ventila incluso delante de los propios hijos sin ningún rubor y sin otra enseñanza que la impunidad y el ventajismo.

De poco sirve interpretar cada vez estos índices desde la óptica política culpando al interino de turno de haberla provocado. El problema es más profundo y más cotidiano. Acabar con la tolerancia del delito, sin duda, implica empezar por abajo. Es tiempo de crear una nueva cultura compartida que cuide la casa común y no tolere actitudes corruptas.

DESTACADO.- Se percibe igual la gran corrupción que la del guardia que administra las fichas en tal o cual clínica acepte reservas bajo poncho o que la casera del mercado lleve una romana ligeramente trucada


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