Bukele arrasa

La cuestión es, como sucedió con Morales, cómo se gobierno un país con unas mayorías aplastantes donde los contrapesos democráticos quedan anulados

El fenómeno de Nayib Bukele es sin duda digno de estudio, pues es seguramente uno de los que mejor explica la política actual al menos en este continente, pero además es uno de los que mejor desnuda el desconocimiento general de algunos de los principios básicos que mueven la política.

Bukele se ha saltado la Constitución de El Salvador sin tanta parafernalia: el texto es claro en que la reelección está prohibida, pero logró un Tribunal Constitucional que avalara su criterio de que renunciar un tiempo antes, el justo para presentar su candidatura, no suponía una “reelección” sino una nueva elección. Una vez logrado ese criterio su preocupación era encontrar a alguien que en esos tres meses no le volteara el chiringuito, y afortunadamente lo encontró.

Cabe recordar que este criterio también fue filtrado por algunos de los operadores de Evo Morales luego del fiasco del referéndum de 2016 para habilitarse para la elección de 2019, pero tal era la soberbia en aquellos meses que se optó por interpretar aquello del “derecho humano”.

La de Bukele se parece más a la bola extra que se dio a Morales en 2014 obviando lo que decía la disposición transitoria de la nueva Constitución respecto al cómputo de las legislaturas anteriores y que el TCP anuló de facto sin armar mucho revuelo por una sencilla razón: la popularidad de Morales en aquellos tiempos de bonanza lo hacían imbatible y ni siquiera la oposición lo reclamó.

Bukele ha arrasado con casi el 85% de los votos por una razón sencilla en sus cinco años de gobierno se ha enfocado en cumplir una sola promesa: acabar con las maras que habían asolado el país dejando uno de los índices de homicidios más altos del mundo y volviendo la actividad callejera en impracticable.

Su método es también sencillo: ha puesto fin a la presunción de inocencia y al resto de mecanismos garantistas y ha metido presos a miles de sindicados de pertenecer a pandillas devolviendo cierta normalidad a las calles que para los menores de edad era inédita.

La rotundidad de los números anula las críticas, que evidentemente existen desde los organismos de derechos humanos y también, por cierto, desde organizaciones muy liberales y libertarias: Bukele se reconoce como socialista en tanto cree en la intervención del Estado en todas las parcelas de la vida para corregir desigualdades y se burla del mercado incluso habiendo sido uno de los primeros presidentes en aprobar la compra de Criptomonedas como Reserva Internacional.

Cabe preguntarse cómo la democracia permitió que se llegara tan lejos con esos grupos violentos que amargaban a una sociedad entera

La cuestión es, como sucedió con Evo Morales, qué viene después: Bukele cuestiona desde la raíz los pilares de la democracia liberal, la separación de poderes que en la práctica nunca existió en ese país tampoco y no ha dudado en cercar el parlamento si en algún momento no lograba sacar adelante sus proyectos.

Con la mayoría cualificada también en las cámaras, los expertos advierten – y declaraciones de algunos de sus voceros así lo señalan – que sus siguientes pasos empezarán por desmontar el Estado democrático institucionalizado y quién sabe qué deriva autocrática tomará.

No hay duda de que los contrapesos democráticos dejan de funcionar ante mayorías arrolladoras como la descrita - o como la que el MAS logró en Bolivia por años -, aunque sin duda jugarán otros poderes en esa discusión de futuro en una región que hoy por hoy no es foco de atención geoestratégica en absoluto.

Cabe en cualquier caso preguntarse si en realidad no había otra forma de acabar con esos grupos violentos que amargaban a una sociedad entera. Cabe preguntarse cómo la democracia permitió que se llegara tan lejos.


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