Bolivia – Argentina ¿Nueva relación bilateral?

La balanza comercial, ahora mismo equilibrada sobre los 1.700 millones de dólares, se volverá negativa para Bolivia en cuanto acabe la exportación de gas

Por lo general hay una tendencia simplista a pensar que los gobiernos de Bolivia y Argentina han tenido una excelente relación en estas dos décadas. En particular, se tiende a pensar que el régimen de Evo Morales y el de Cristina Fernández de Kirchner eran similares y por ende, se llevaban especialmente bien, pero la realidad, más allá de las estatuas de Juan Azurduy o los exilios mediáticos, los desmiente.

La relación entre Bolivia y Argentina ha estado basada en el gas y su comercialización, y en esa relación no han primado precisamente los valores fraternales o de afinidad ideológica, sino estrictamente los económicos. La relación gasífera se retomó a principios del siglo cuando la Argentina atravesaba un tiempo complicado. Desde Bolivia se abogó incluso por precios solidarios para contribuir en la reconstrucción del país, arrasado por la convertibilidad y otros desmanes del neoliberalismo. De allí nació un contrato de exportación que echó a andar en 2007 y que tenía varias claves, la fundamental, que Argentina ayudaría en la industrialización financiando la planta Separadora de Líquidos de Yacuiba y que no se aumentarían volúmenes hasta que eso no estuviera en marcha.

Milei no quiere oír hablar del Estado, por lo que habrá que ver en que queda el asunto de la Hidrovía y el asunto del triángulo del litio

Eso no sucedió. Con Carlos Villegas al frente de YPFB y tras el desastre de la planta de Río Grande por el escándalo Catler que le costó la vida a un ilustre tarijeño, la planta separadora de Líquidos quedó paralizada sin fecha y los volúmenes no dejaron de crecer en un negocio que le convenía sobre todo a Repsol – YPFB, que enviaba desde Margarita y recogía desde Campo Durán con todos los licuables gratis, pues el contrato establecía gas seco.

Las dificultades en la provisión del gas y las negociaciones sobre precios han sido omnipresentes. La planta Separadora no llegó hasta 2015 y nunca ha funcionado al 100%, y las sanciones tampoco se han hecho esperar. El papel de Repsol en todo esto, con su presidente ejecutivo Antonio Bruffau íntimo de Evo y enemigo acérrimo de Cristina Fernández de Kirchner, que recuperó el negocio de YPF y Vaca Muerta, trascenderá en algún momento, pero es verdad que el momento más crítico se vivió con Mauricio Macri en el gobierno que se negó a pagar el gas casi 12 meses hasta que se forzó una negociación de precios a la baja que perjudicó a Bolivia, que además ya había perdido el tren de la reposición de reservas.

Esta relación está acabada. El contrato está técnicamente finalizado porque Bolivia no tiene qué enviar ni Argentina tiene qué nominar, y en todo caso falta saber qué sucederá con los ductos compartidos fundamentalmente por qué querrá hacer Milei con la participación del Estado en las mismas. Este cambio volcará definitivamente la balanza comercial, ahora mismo equilibrada sobre los 1.700 millones de dólares en importaciones y exportaciones, pero que se volverá negativa para Bolivia.

Milei no quiere oír hablar del Estado, por lo que habrá que ver en que queda el asunto de la Hidrovía, donde también están involucrados Paraguay y Uruguay, y el asunto del triángulo del litio y la conformación de una suerte de OPEP de la que con seguridad abomina el nuevo presidente libertario del país vecino. Todo lo demás es ilícito: contrabando y narcotráfico sobre los que también se aplican las tesis de la libertad en función de qué lado caiga.

Sin duda habrá una nueva relación entre Bolivia y Argentina, pero no necesariamente será peor.


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