El MAS y las guerras del hambre

Tras tomar el poder, el IPSP se vacío de contenido y la gestión de apoyos se simplificó muchísimo: o programas que beneficiaran directamente a su sector, o pegas

La violencia desatada al interior del Movimiento Al Socialismo y sus movimientos fundadores no es ni mucho menos aislada. De hecho, es recurrente desde hace unos años que cada uno de esos cónclaves acabe a sillazos y empujones en cualquier lugar del país, con más o con menos militancia.

De fondo nunca suele haber diferencias profundas ideológicas, ni siquiera tácticas. El Instrumento Político para la Soberanía Popular se desarticuló ideológicamente ni bien se asumió el poder en 2006, o, cómo máximo, después de redactar una Constitución donde ya empezaron a flojear los asuntos más fundamentales. Desde entonces el pragmatismo ha marcado toda acción gubernamental hasta diseminarse por todas las organizaciones políticas que lo soportaban. El asunto se simplificó muchísimo: apoyo por programas que beneficiaran directamente a su sector – aún en detrimento de otros sectores igualmente afines al MAS y tantas veces en contra de los intereses del Estado -, o en su defecto, pegas. Muchas pegas.

El estatus quo montado por Álvaro García Linera y Juan Ramón Quintana alrededor de Evo Morales agitando al enemigo externo juntó filas y silenció las pugnas

La crisis está golpeando de plano al país y como suele suceder, el paraguas de protección es el Estado, aunque en este caso no en el sentido estricto de las ayudas directas y subsidios sino más bien, de los atajos y todas esas políticas que han ayudado más bien poco a aumentar la productividad del país o el estado del bienestar. Esto ha acentuado la lucha enconada entre los bandos que irremediablemente se generan dentro de las organizaciones y que son a la vez lo que les da vigor y vigencia.

No es que estos choques sean nuevos, pero el estatus quo montado por Álvaro García Linera y Juan Ramón Quintana alrededor de Evo Morales agitando al enemigo externo juntó filas y silenció las pugnas, que se resolvieron siempre de la misma manera: prebendas o pegas. La posición adoptada por Evo Morales respecto a su sucesor, quien además carece de a referencia identitaria que explotaba Morales, ha hecho que esas guerras se vuelvan más públicas, porque lo que está en juego es el poder mismo del Estado.

Las peleas al interior de un partido no deberían ser motivo de sorpresa ni de alarma, pero en el caso de un partido hegemónico como el MAS, que ha ocupado todos los vericuetos de la estructura del Estado, resulta alarmante comprobar el nivel de violencia que se está dispuesto a desatar con tal de alcanzar el objetivo final.

No es un problema de Bolivia, sino común a casi toda América Latina: el Estado necesita reformas urgentes que institucionalicen cargos y Pactos de Estado que solidifiquen políticas más allá de los caprichos. Bolivia necesita un Plan Hidrológico Nacional, no una carrera de microproyectos por comunidades, por poner un ejemplo, sin embargo todo sigue quedando a expensas de esas batallas eternas en las que siempre hay un perdedor: el pueblo y el propio Estado.

El MAS debe resolver sus luchas internas en tanto afectan sobremanera al conjunto de los bolivianos, algo que es ningún modo racional. Bolivia merece más respeto, más transparencia y más eficacia. La política debe elevarse.


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