Juventud a los mandos

Somos un país joven con casi la mitad de la población menor de 40 años, pero a la vez tenemos una generación olvidada tanto en políticas específicas como en visibilidad institucional

En 1999 Naciones Unidas declaró el 12 de agosto como el día Mundial de la Juventud, una fecha promovida con ahínco que busca conseguir la participación de los jóvenes en todos los ámbitos de la sociedad, para solucionar los desafíos a los que la juventud se enfrenta cada día. Sobre su propia instauración hubo mucho debate y lo sigue habiendo, pues no deja de sectorializar a una parte de la población encajonándola en una serie de problemas concretos que, en realidad, son comunes. El debate se sigue sosteniendo y de aquellos polvos estos lodos.

Actualmente tenemos la población juvenil más grande de la historia. Según datos de la ONU, en el mundo hay unos 1.800 millones de jóvenes con edades comprendidas entre 10 y 24 años, aunque en occidente la consideración de joven comprende entre los 16 y los 35 años, y en asuntos concretos como la vivienda, hasta los 40.

Nadie les habla a estos jóvenes en términos diferenciales, como sí se les habla a los pueblos indígenas, a los campesinos, a veces a los transportistas, etc

En general hay una serie de factores comunes que permiten tratar el asunto como un todo. Los diferentes países coincidieron en su momento en que se trata de un colectivo formado por personas en formación permanente, frágil en su sostenibilidad vital porque aún tiene competencias mermadas para acceder a asuntos vitales como la vivienda o sostener empleos, y a su vez, se les considera un colectivo con enorme potencial creativo y productivo, lo que evidentemente lleva a una crisis cuasi generacional. Es la juventud.

Muchas organizaciones juveniles advierten que la mayor parte de las “políticas de juventud” inspiradas en estos marcos son asistencialistas y con claros fines electorales, pues por lo general tratan al joven como menor de edad.

Bolivia es un buen ejemplo de esta contradicción. Somos un país joven con casi la mitad de la población menor de 40 años, pero a la vez tenemos una generación olvidada tanto en políticas específicas como en visibilidad institucional: muy pocos jóvenes logran llegar arriba en el plazo de ser joven.

Los jóvenes son los que al final definen una elección, pero a la vez son los que menos promesas reciben y no siempre porque no sea necesaria algún tipo de discriminación positiva, sino porque se olvida.

Nadie les habla a estos jóvenes en términos diferenciales, como sí se les habla a los pueblos indígenas, a los campesinos, a veces a los transportistas, etc. Huelga decir que el partido de gobierno, hegemónico en los últimos 20, sigue priorizando la cifra neta a los términos cualitativos, y sigue hablando de llevar agua a territorios remotos y no de viviendas sociales con servicios compartidos en las áreas populares urbanas o de atención escolar temprana u otras medidas de conciliación para familias trabajadoras, que tanta falta hacen.

Conquistar a los jóvenes es clave para este camino “a la segunda independencia”, pero no se trata de parches, medallitas o conciertos con mensaje, sino de convencer a una generación que ya es clave electoralmente, de que deben tomar los mandos de la planificación con todo lo que eso implica en términos de responsabilidad.

Es la hora.


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