Barbarie machista en Bolivia

Hace falta un cambio de mentalidad en este sistema patriarcal pero no hay que sentarse a esperar que suceda, sino acelerarlo

Demasiado odio, demasiado aberrante, demasiado intolerable. Los hechos registrados el fin de semana en Santa Cruz dan muestra de una degeneración moral que aunque se manifieste en hechos concretos, la suma no puede dejar de alertar sobre lo que pasa.

Marta Laime Díaz perdió la vida la tarde del lunes en una cama del Hospital Japonés de la capital cruceña donde fue trasladada después de que su expareja irrumpiera en el lugar donde dormía junto con sus hijos y les rociara gasolina para posteriormente prenderles fuego.

No fue un arrebato, no fue una calentura a la que por supuesto no tenía ningún derecho. Antes había sellado las salidas para asegurar que su familia moría en medio de un infierno desatado por el mismo, en un infierno en el que esperaba que todos ellos se retorcieran de dolor y de desesperación. Los niños aún se debaten entre la vida y la muerte. La mujer no lo contará.

Las fuerzas policiales, tan castigadas por la opinión pública por sus dudosas prácticas a la hora de atajar otro tipo de delitos, deberían esforzarse para que esto funcionara

Faltan conocer todavía muchos detalles de este caso tan escabroso como doloroso, pero en los que hay que entrar con un enfoque claro: entender qué ha sucedido y si hay mecanismos que no han funcionado, pero no como en el pasado se hacía con la intención de excusar al hombre, sino para reforzar las medidas y al fin, intentar dar respuestas contundentes.

Desde que se implementó la Ley 348, los datos de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas siguen siendo similares. Aproximadamente dos mujeres muertas a la semana, una cada tres días. Unos años un poco más, unos años un poco menos, pero nada que pueda señalar que hay una tendencia descendente, ni siquiera el año pasado cuando se cerró por debajo de las 100 asesinadas después de muchos años.

Desde entonces también se han dado cientos, incluso miles, de charas de sensibilización y de capacitaciones a funcionarios públicos, especialmente a policías, militares y bomberos, pero nada acaba de revertir.

Muchos de los que siempre creen que no se puede hacer nada sobre nada señalan que erradicar el machismo es una tarea titánica que costará años – aunque curiosamente creen que por ello no hay que hacer nada más que sentarse a esperar -. Y es que es verdad que hace falta un cambio de mentalidad en este sistema patriarcal, que es el que al final justifica y acciona los mecanismos en el sujeto homicida para acabar con la vida de una persona que considera de su propiedad. Sin embargo, ese cambio hay que acelerarlo porque cuanto más se espere, más se pierde.

Tampoco es justificable sentarse a esperar que eso suceda sin lograr que los recursos del Estado se utilicen a fondo para acabar con esta lacra. La violencia machista no es tolerable y las fuerzas policiales, tan castigadas por la opinión pública por sus dudosas prácticas a la hora de atajar otro tipo de delitos, deberían esforzarse para que esto funcionara. Es doloroso cada vez que mueren mujeres que habían denunciado, que habían pedido protección, y peor si además lo habían intentado sin recibir el respaldo suficiente.

Es preciso hacer causa contra esta barbarie, que aquellos que deben dar el ejemplo – los políticos – y los que lo deben perseguir – policías – y condenar – jueces -, se lo tomen en serio, pero sobre todo, es preciso que los ciudadanos comunes alcen su voz contra la barbarie y el machismo.

#NiUnaMenos


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