La prensa y la palabra de los ciudadanos

No hay gobierno en el mundo que no desee otra cosa que ver arder en el infierno a los medios críticos o simplemente independientes

El cierre de Página Siete es sin duda la peor de las noticias recientes para el periodismo y para la vida democrática del país. Que desaparezcan voces, más cuando son críticas, es un golpe para la pluralidad y para el debate. Es al fin y al cabo un medio menos mirando el correcto desempeño de las autoridades de este país tan basto y por momentos, tan despiadado, con lo cual evidentemente quienes celebran son los poderosos y los que lo lamentan, los ciudadanos.

Página Siete nació en 2010 sabiendo perfectamente al escenario político al que se enfrentaba. Evo Morales estaba más fuerte que nunca después de despedazar a las oposiciones de la Media Luna y el engranaje del poder se empezaba a ajustar a la nueva Constitución favorecido por los tiempos de bonanza que llegaron sobre todo en el superciclo 2012 – 2015 con el barril de petróleo por encima de los 100 dólares. Rápidamente ocupó su espacio en el tablero del que no se ha movido nunca, lo que le ha valido el reconocimiento de propios y extraños y de una gran cantidad de lectores.

Todo esto sin embargo no le ha servido para consolidar el proyecto empresarial, como explicó su presidente Raúl Garafulic en la carta que anunció el cierre del diario, y esto es lo que invita ampliamente a la reflexión sobre el futuro tanto de los medios como de la democracia en sí misma, pues un país sin prensa libre está condenado por anticipado.

Mucho se ha instalado la información no es un valor y que la misma se obtiene sin más en las redes sociales o en cualquier otro lugar, como si cualquier vecino publicando fotos desde el anonimato de su teléfono móvil pudiera ser un ejercicio periodístico o peor, cualquier político colgando un post promocionado estuviera informando la verdad. Lo cierto es que no lo es, pero por lo general cuando se empieza a entender es demasiado tarde.

Hay dos caminos para proteger la actividad periodística en un contexto político cada vez más polarizado y con la democracia como valor a la baja. Uno pasa porque se reconozca la labor como Bien Público y se doten de presupuestos a través de mecanismos – una Ley de Medios decente – que impongan criterios objetivos para el reparto de la pauta publicitaria en un sistema de licencias de largo plazo con garantías de transparencia, lo que se ve extremadamente complicado precisamente porque no hay gobierno en el mundo que no desee otra cosa que ver arder en el infierno a los medios críticos o simplemente independientes.

La otra es lograr compromisos populares amplios con la sostenibilidad de los medios. Esto es, lectores comprando suscripciones o en el mejor de los casos, acciones del propio medio que evitan que grandes corporaciones con intereses de otra naturaleza los controlen. En esas estamos precisamente en El País, que hemos lanzado una ampliación de capital pública para sumar accionistas que quieran ser parte del diario más arraigado en Tarija, donde es líder y referencia nacional.

El periodismo se hace para la gente y solo eso tiene sentido, por eso el periodismo está apelando a la gente para evitar esa tormenta perfecta que puede acabar asolando el escenario: En un país sin prensa se vive mucho peor, pero la última palabra siempre es de los ciudadanos.


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