La salud boliviana y cuándo aprender de los errores

Las infraestructuras sanitarias han aumentado, pero urge aumentar las plazas médicas, los instrumentos de tratamiento y sobre todo, de diagnóstico, y aprender a utilizar un sistema desde la atención primaria

Pasó la pandemia y pasaron las elecciones, pero la salud sigue en el mismo estado de precariedad que hace muchos años. El único “gran cambio” parece ser la instalación definitiva del barbijo en el imaginario colectivo de la salud como mecanismo de autoprotección que incluso desterrado ya por las autoridades, hay quien se resiste a abandonarlo. Todo lo demás apenas ha pasado de declaraciones y promesas.

Recordar la gestión de la pandemia es recordar la historia de un despropósito independientemente del gobierno que estuvo a los mandos. Es verdad que al principio se cometieron errores más graves, pero también lo es que en esos momentos el mundo entero estaba envuelto en una vorágine destructiva y egoísta al grito de sálvese quien pueda: la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) insistía en que no eran necesarios los barbijos y recomendaba únicamente lavarse las manos al mismo tiempo que sembraba dudas sobre el uso de test rápidos de detección por su “baja fiabilidad” mientras miraba para el otro lado cuando los países ricos acaparaban todo aquello que parecía ser útil, fueran PCR, respiradores de todos los tamaños, fórmulas y procedencias, mascarillas, equipos de protección y lo que fuera.

La salud es la principal preocupación de los bolivianos, tanto por lo que hace a la vida como por lo que hace al bolsillo

Bolivia adoleció entonces de una debilidad sistémica abrumadora. Se tomaron malas decisiones emulando simplemente lo que hacían los países ricos obviando las propias características de un pueblo trabajador que debe salir a la calle para ganarse el pan y nunca se pudo implementar un sistema de rastreo medianamente útil por eso mismo. Después hubo corrupción. Y también una innumerable cantidad de edificios y salas que inaugurar que, en lo efectivo, no servían de nada porque no había profesionales dentro.

La segunda parte de la gestión, cuando el MAS volvió a los mandos, no fue mejor. La obsesión por asegurar que se hacía mejor llevó a conformar índices y tasas de mortalidad insostenibles mientras se celebraba la simple adquisición de unas vacunas como un triunfo irreversible sobre la pandemia. Uno de los momentos más incómodos fue precisamente aquel cuando el gobierno crecido quiso decretar la obligatoriedad de la vacunación y tuvo que renunciar porque sus propias bases se rebelaron.

Recién hace seis meses que la OMS ha decretado el fin de la emergencia, que no quiere decir el fin de la enfermedad. En Bolivia recién se ha oficializado el fin del barbijo un año después que cualquiera, pues al parecer se esperaba su disolución pacífica, seguramente porque poner fin a ese elemento de autoprotección significa tener que asumir otras debilidades y dar otras directrices para las que no se está preparado.

Las infraestructuras sanitarias en Bolivia se han multiplicado en los últimos años, pero urge aumentar las plazas médicas, los instrumentos de tratamiento y sobre todo, de diagnóstico, y aprender a utilizar un sistema desde la atención primaria que se vuelque en la prevención y no espere a que los problemas sean irresolubles para tratar de actuar.

La salud es la principal preocupación de los bolivianos, tanto por lo que hace a la vida como por lo que hace al bolsillo. Es importante que de una vez se ordenen las necesidades pensando en el pueblo. Que la salud deje de ser un negocio mientras tantos y tantos no pueden asistir ni siquiera a lo más básico.


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