Hijos violadores
Las familias deben preocuparse de que sus hijos no sean violados, pero también de que sus hijos no se conviertan en violadores
Hay motivos evidentes por los que una violación grupal en un colegio de alto standing acaba recibiendo mayor atención popular que si sucediera en algún otro recinto educativo, incluso parroquia. Tiene algo de telenovelesco sin quitarle un ápice de la gravedad, elementos que pueden ser explotados para incrementar la conciencia y no solo para aprovechar el morbo. Allá cada cual con su conciencia.
Es verdad que los datos nos deberían escandalizar por sí mismos sin tener que personalizar en algún caso concreto. La Defensoría del Pueblo destaca en su informe anual que mientras a nivel mundial, en promedio el 8% de niños y niñas menores de 18 años sufre algún tipo de violencia sexual; en Bolivia el promedio es de 23%. Y específica más al señalar que en el mundo el 20% de las niñas sufre agresiones de este tipo; en Bolivia el promedio llega al 34%.
Por lo general los adultos nos solidarizamos con la víctima, en cuyos zapatos somos capaces de ponernos para entender empáticamente lo sucedido, y criminalizamos al agresor y su entorno familiar
El hecho es demasiado común en nuestra sociedad y efectivamente la indignación recorre el cuerpo cada vez que surgen este tipo de sucesos, especialmente cuando son menores agrediendo a otros menores, una circunstancia que no permite utilizar un tradicional mecanismo de escape que se usa cuando son adultos los agresores y que básicamente se reduce a considerarlo un engendro, un loco perverso con el que hay que intentar no cruzarse nunca. Sí, en demasiadas ocasiones se acaba también juzgando a la víctima.
Cuando los agresores son otros niños el tema nos explota en la cara y nos exige mayor reflexión. No dejan de ser otros niños en fase formativa, con responsabilidades penales reducidas pese a que se evidencia la maldad en su acto.
Por lo general los adultos nos solidarizamos con la víctima, en cuyos zapatos somos capaces de ponernos para entender empáticamente lo sucedido, y criminalizamos al agresor y su entorno familiar, al que responsabilizamos de su acción.
Se trata de una conversación difícil: por lo general todos temen que sus hijos sean violados, pero pocos se preocupan de que sus hijos se conviertan en violadores, y probablemente ahí reside el problema de fondo de un problema demasiado extendido como para justificarlo en la acción de un puñado de engendros o locos con los que hay que intentar no cruzarse.
Violar es un perverso acto de dominación que incluye la humillación, una expresión en grado máximo de falta de respeto, y efectivamente ese tipo de cosas hay que educarlas, educar en el respeto del otro y en el no uso de la violencia.
Las familias deben preocuparse de que sus hijos no sean violados, pero también de que sus hijos no se conviertan en violadores, y eso pasa por inculcar el respeto por las pequeñas cosas, por las personas y por las propias normas de convivencia.
Seguramente al calor de lo sucedido se abrirán debates sobre las penas que menores de edad deben enfrentar en este tipo de escándalos, pero entre todos debemos ser capaces de elevar el nivel del debate. Se trata de erradicar entre todos un problema que va camino de carcomer nuestros lazos fundamentales. No hay alternativa.