La incertidumbre energética
Pese a las apuestas previas a la pandemia, la apuesta por la electricidad y la defenestración de los combustibles fósiles sigue en el aire; la economía boliviana está ligada a ambas
El petróleo va a subir. O al menos no va a bajar de los 70 dólares por barril que es el precio mínimo que se ha marcado la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en su cumbre ampliada con otros grandes productores como Rusia.
La apuesta es de fondo. Morir con las botas puestas. La invasión de Rusia a Ucrania ha puesto de cabeza un mercado que ya caminaba hacia la incertidumbre. En los primeros meses de la guerra en 2022 las consecuencias fueron más o menos inmediatas por lo que suele suceder cuando hay turbulencias en un país que es gran productor, como en el caso de Rusia: Los precios se elevaron, pero después de estar unos meses por encima de los 100 dólares, el petróleo volvió a bajar paulatinamente y la Unión Europea se atrevió a sancionar al gigante oriental obligando a vender a precio tasado primero y a bloquear las importaciones de forma inmediata después.
Rusia capeó las sanciones abriendo nuevos mercados en oriente y después creando una suerte de red de revendedores, principalmente desde India, que ha cubierto la demanda del crudo y ha seguido llenando las cuentas fiscales del gobierno y sus oligarcas, quienes en última instancia sostienen la guerra en Ucrania.
El problema (o como se considere este asunto), en cualquier caso, era anterior. El mundo COP de Naciones Unidas ha obligado a la casi totalidad de países a asumir que hasta 2050 se habrán abandonado los combustibles fósiles, en consonancia con el acuerdo de lograr la neutralidad climática para esa fecha a nivel mundial, algo imposible mientras no se sustituyen esos combustibles.
2050 está efectivamente a la vuelta de la esquina, sobre todo en términos petroleros, ya que cada exploración tradicional tarda entre seis y diez años desde que se concibe hasta que sale producción comercial, y por ende, las grandes transnacionales se están pensando demasiado qué hacer con su negocio, pues perfectamente la alternativa puede ser pasarse con todo a las energías renovables para aniquilar la competencia y volver a tener una posición de dominio mundial, aunque con otra materia prima.
2050 está cerca, y eso supone un cambio de mentalidad grande en el transporte, en la forma de entender el ocio, en la economía familiar y por supuesto, en las planificaciones nacionales. Cambiar la matriz de locomoción a electricidad en un país acostumbrado a pensar rápido y en presente implica una madurez que es cuestionable: los viajes y fletes pueden alargarse indefinidamente a poco que haya que detenerse a cargar batería.
Bolivia vive la misma incertidumbre de los unos y de los otros. Ni el negocio del gas, en declive, ni el del litio, que se supone infalible, dependen de lo que aquí se opine, pero la falta de criterio por un lado y de arrojo por otro lado está convirtiendo la espera en una suerte de eutanasia contemporizada. Ni YPFB ni YLB pueden quedarse esperando a qué pasará en 2050, más al contrario, hay que tomar decisiones que impulsen los sectores, al menos, para la propia supervivencia. Es necesario tejer las alianzas precisas que garanticen la información para tomar las mejores decisiones.