El sistema financiero y la apuesta ciudadana

Las condiciones son draconianas, las exigencias de garantías inalcanzables y los intereses capaces de demoler cualquier plan de sostenibilidad

No hay duda de quién será al final quien pague los platos rotos del desastre generado por el banco Fassil: los ciudadanos. Su fiesta fabulosa – según revelan los datos que se van conociendo - acabó en colapso y miles de clientes se han visto privados de sus pocos ahorros, pero el problema mayor viene en el plano de los activos tóxicos y las miles de operaciones mal respaldadas que actualmente se van a convertir en un serio riesgo para el sistema financiero nacional, que tendrá que buscar fórmulas para absorber esos desmanes sin causar demasiados problemas.

Con seguridad, por aquello del bien común, unos y otros se esmerarán en meter la basura debajo de la alfombra para que no estalle. Para casi todos los de abajo resulta difícil de creer que este comportamiento especulativo contra los intereses del propio banco sea un hecho aislado y no una práctica común entre los nueve grandes que hoy en día se reparten la cartera del Fassil y sus activos mientras se calcula qué finalmente le tocará remediar al Estado, pero no dejan de ser especulaciones.

Lo que está claro es que los bancos tendrán que cuadrar sus balances en el corto plazo y la tentación de la compensación está a la mano. Endurecer las condiciones de unos para pagar los desmanes de los otros es una práctica corriente entre las élites, también las que han controlado la política durante décadas.

El gobierno del MAS ha alardeado desde siempre de la estabilidad financiera y el propio Tuto Quiroga solía atacar a Luis Arce y sus concepciones socialistas recordándole que nunca jamás los bancos habían ganado tanto dinero como en la era del MAS. Anticapitalismo de cafetín.

Desde luego, el sistema financiero ha podido ser estable y solvente porque lo que nunca ha sido es estimulante, sobre todo para quienes menos tienen y más necesitan. Conseguir un crédito en el sistema financiero nacional sigue siendo un calvario tanto para empresas como, sobre todo, para familias. Las condiciones son draconianas, las exigencias de garantías inalcanzables y los intereses capaces de demoler cualquier plan de sostenibilidad. Algo tan necesario para que las economías funciones, como comprarse una casa, supone un lujo oriental.

Alguien puede argumentar que el Fassil apostó por fin por los ciudadanos haciendo fluir el crédito de una forma más popular, pero no acaba de ser cierto. Es verdad que abrió la mano y a cambio, sus condiciones de remate resultaban más dinámicas en favor del banco, pero el problema más parece tener que ver con los buenos créditos facilitados a los de siempre, que inflaron una burbuja, la inmobiliaria, de la que siempre se sale escaldado.

Bolivia necesita repensar su sistema financiero para poner en el centro a los ciudadanos y no a los miedos. Un país con tanta riqueza no puede permitirse el lujo de negarse a sí mismo, de negar a su gente y de insistir en nuestra pequeñez, que no es tanta, para seguir aferrados a lo que los demás digan.

Al final, se trataba de cambiar las cosas, de ser más iguales y tener las mismas oportunidades, y eso es algo más que ver polleras o ponchos en la Asamblea Legislativa.


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