El Día del Mar de la autoflagelación

La acusación populista de “antipatria” por desconocer un reclamo que está disparatadamente constitucionalizado, es sencilla, como si no hubiera otras mil formas de demostrar el compromiso con la nación

Desde el 1 de octubre de 2018 cuando volvimos a perder el mar, esta vez en La Haya y por sentencia de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) que dio por zanjado el tema tras considerar que efectivamente no era un asunto bilateral, el día de la Reivindicación Marítima se ha convertido en una suerte de esperpento político que sin duda, urge reencaminar.

Durante décadas, el mar sirvió de excusa perfecta para multitud de gobiernos que necesitaban excusas externas para justificar sus ineptitudes. Era también el tema concreto sobre el que arengar a las masas y atizar una suerte de sentimiento nacional mal entendido, que básicamente consistía en llorar, lo que flaco favor le hace a la causa nacional.

Afortunadamente, el 1 de octubre se puso fin a esa larga tradición, al menos entre las generaciones más jóvenes, que ya han crecido en el pragmatismo del siglo XXI y que entienden perfectamente que el mundo no es un conjunto de fronteras ni de límites, sino que hay muchas opciones para crecer y creer. Fue una derrota, pero también fue un alivio.

El asunto es clave, aunque no todos los políticos están dispuestos a dar la batalla ni abrir el debate, pues la acusación populista de “antipatria” por desconocer un reclamo que está disparatadamente constitucionalizado, es sencillo. Como si no hubiera otras mil formas de demostrar el compromiso con la Patria, como si llorar por el mar perdido fuera más importante que pagar los impuestos, cuidar el agua o comprar local y desear que los recursos naturales se industrialicen en el país, porque si queremos mar para que salgan aún más en estado virginal, estamos apañados.

Existen opciones de soberanía compartida, de proyectos de igual a igual dentro del espíritu común de construir la Patria Grande de Bolívar

La cuestión es que cerrada la vía militar – sin risitas -, y la diplomática multilateral – especialmente ahora que se ha avalado una ocupación territorial tan similar a la de las costas del Pacífico de hace dos siglos atrás – quedan dos opciones, olvidarse definitivamente del tema y no volver a mentarlo so pena de excomunión, o volver a la vía de la bilateralidad para lograr avances que favorezcan los intereses comerciales sin mentar los temas tabús, como la soberanía.

Irremediablemente hay que actuar sobre la puerta cerrada que es: Bolivia necesita conectarse al mundo más allá de esas costas, por lo que hay que desarrollar planes concretos y en serio. Solo desde ahí es que los avances unilaterales podrán ser entonces significativos.

El contexto es inmejorable. Difícilmente Chile tendrá un presidente capaz de empatizar más con la causa boliviana que Gabriel Boric y el izquierdista pro derechos humanos que lleva dentro y escenifica. Ahora, no se trata de buenas palabras y ninguna negociación será fácil.

Sobre la mesa está la potencialidad del triángulo del litio sumando a Argentina, y la certeza de que un plan compartido entre el norte de Chile, el sur de Perú y el oeste de Bolivia - las zonas más deprimidas de cada uno de los tres países - sería una oportunidad de desarrollo para todos. Las opciones de soberanía compartida, de proyectos de igual a igual dentro del espíritu común de construir la Patria Grande de Bolívar, al estilo del Plan Trifinio de El Salvador, Honduras y Guatemala, son alternativas que deben explorarse sin obsesión, pero sin demora.

El Día del Mar debe dejar de ser un día de lamentos y frustraciones, debe dejar de ser un día para la autoflagelación y la hipocresía. Salgamos de esta.


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