La memoria de Mariscal

El caso Mariscal sigue aireando las vergüenzas a todo el sistema fiscal y policial, que fueron incapaces de recomponer lo sucedido

Se cumplen nueve años de la desaparición del periodista Cristian Mariscal, un caso por demás emblemático que el Ministerio Público ha arrojado a lo más alto de su baulera y la policía, directamente, ha olvidado, mientras que la sombra de la impunidad vuelve a recordar que en Bolivia el crimen perfecto no es tan difícil de ejecutar.

El asunto sigue indignando por igual entre los que lo conocimos, entre los que admiraron su trabajo periodístico y entre aquellos que siguieron el fiasco de la investigación después. Su familia intenta recuperar la normalidad con la incertidumbre en el pecho mientras que la indignación recorre su cuerpo.

La penosa investigación sobre lo sucedido en el caso de Cristian Mariscal da para un thriller de terror, una investigación en la que se escatimaron medios y sobre todo, se arruinaron pruebas. Todas.

Las tres pruebas principales: sangre, teléfonos y vehículo, fueron arruinados por asuntos ligados a la burocracia

Cristian Mariscal desapareció una madrugada de domingo después de trabajar como animador en una conocida discoteca del centro; la última imagen que captó de él una de las cámaras que tanto amaba lo muestra dirigiéndose decidido hacia su vagonetita. Lo siguiente que conocemos está registrado en el cuaderno de investigaciones.

Su expareja y la madre de esta reconoció que Mariscal llegó hasta su casa, ingresó por el pasillo con una llave que conservaba del garaje e intentó entrar en la habitación, pero fue rechazado. Aparentemente entonces se fue.

Un pintor trabajó en la mañana siguiente pintando precisamente ese pasillo de entrada y salida, donde semanas después, con las pruebas de luminol, se encontraron manchas de sangre lavadas. Los análisis de estas pruebas fueron arruinados en el trasiego entre la oficina de investigaciones científicas de la Policía (ITCUP) y el de la Fiscalía (IDIF).

Poco después se arruinaron las pruebas forenses de los equipos digitales y los chips telefónicos de los involucrados. El perito informático retuvo la pericia por meses, según la familia, con intención de “negociarla”. Apenas ubicó el celular de Mariscal en algún lugar del entorno del lago San Jacinto. Cuando parecía que algo podía pasar, el fiscal departamental de Chuquisaca allanó la propiedad del perito y se arruinó todo. Así, la familia nunca supo qué contenido se intercambió por teléfono.

No fue la última chapuza, pues el vehículo en el que desapareció fue encontrado un año después en una investigación liderada por Plus TV, y solo un día después llegó a manos de la Fiscalía. A pesar de las coincidencias y del relato del padre de Mariscal, que describió las mejoras echas al vehículo antes de su inspección, la burocracia la abdujo y se declaró que se trataba de otro vehículo…

El caso Mariscal sigue aireando las vergüenzas a todo el sistema fiscal y policial, que fueron incapaces de recomponer lo sucedido, pero también a demasiadas autoridades políticas que se comprometieron con el tema sin que luego se hiciera realmente nada.

Ciertamente no estamos hablando de un gato. La explicación sigue pendiente. Las heridas también.


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