El acoso sobre Pedro Castillo

Castillo no tuvo ni los cien días de condescendencia, al contrario, lo que rápidamente le llevó a cometer errores de principiante y a dar bandazos ideológicos

En apenas 17 meses de gestión, el presidente peruano Pedro Castillo ha enfrentado tres mociones de vacancia; ha tenido que reformar su gabinete en cinco ocasiones y se ha vuelto asiduo en el Ministerio Público donde se procesan seis demandas, la mayoría por corrupción de su gabinete, aunque también ha habido situaciones tan disparatadas como la de intentar abrirle un proceso por “traición a la Patria” por unas declaraciones vertidas cuando era un simple dirigente del magisterio y respaldó la demanda legítima de Bolivia respecto a su salida al mar.

Se trata de un caso evidente de acoso político. Una cacería a tumba abierta orquestada por todos los poderes fácticos del Perú ara tumbar a un presidente de raíz popular que cometió el “delito” de desafiar a la élite limeña y ganar unas elecciones respaldado únicamente por el poder popular.

No se puede desligar el proceso electoral de su situación actual. Castillo no era nada más que un maestro rural con pasado en las Rondas Campesinas que combatían la guerrilla y que un buen día se convirtió en candidato porque tenía un poco de todo lo que hay que tener para serlo. El Perú, por primera vez, se miraba un poco más allá de su omnipresente capitalía, y promovía un candidato rural, del espectro popular, que hablaba como la gente, vestía como la gente y se comportaba como la gente. Los paralelismos con el primer Evo Morales fueron evidentes.

El triunfo no fue fácil, más bien todo lo contrario. Se impuso en un agónico recuento voto por voto a Keiko Fujimori, la hija del dictador que heredó su estructura política. Fujimori había entrado a la segunda vuelta con menos respaldo que en sus tres participaciones anteriores (13,41%) después de cinco años de convulsión en su partido, pero así está la política en Perú. Tampoco Castillo se había acercado ni de lejos al 50 por ciento de la primera vuelta (18,92%), pero el ser el candidato más votado llamó la atención de amplios sectores de la población que cansados de la rosca de siempre, decidieron apostar por una figura alternativa.

Mientras, todo el establishment político y económico se alineó con Fujimori dejando atrás viejos desencuentros. Incluso el literato y ex candidato Mario Vargas Llosa, recomendó votar por la hija del dictador antes que por Castillo. La campaña fue violenta y plagada de mentiras y fake contra Castillo, al que se le acusó de todo, pero al final, por algo más de 40.000 votos y un 0,26%, el maestro rural fue ungido presidente.

La guerra ya estaba declarada y solo hubo que continuarla. Castillo no tuvo ni los cien días de condescendencia, al contrario, lo que rápidamente le llevó a cometer errores de principiante y a dar bandazos ideológicos que no deben conllevar a equívoco: Castillo nunca fue un peligroso comunista ni un progresista, más bien al contrario, sus posiciones sobre lo moral son muy conservadoras, pero sí comparte los principios antimperialistas que, aparentemente, han vuelto a recuperar la región.

Inmovilizado por un Congreso omnipresente y todopoderoso, Castillo solo trata de maniobrar para abrir una vía constituyente que permita sacar al Perú de la inmundicia política, pero ni siquiera sus teóricos aliados en la región, son capaces de tenderle la mano para combatir un acoso político que trasciende el decoro.

Destacado.- : Castillo nunca fue un peligroso comunista ni un progresista, más bien al contrario, sus posiciones son muy conservadoras


Más del autor
Las ranas pidiendo rey
Las ranas pidiendo rey
Tema del día
Tema del día
Evo, la justicia y la política
Evo, la justicia y la política